Sr. Director:
Para explicar la enorme dimensión del amor cristiano al prójimo, Jesús puso la parábola del buen samaritano: aquel hombre que encontrándose en su camino a un desconocido postrado y herido porque le habían asaltado, se compadeció de él, lo curó y lo llevó a una posada asumiendo los gastos de sus cuidados.
Ahora traslademos un escenario parecido a los tiempos actuales... Alguien va navegando y se topa con una patera a la deriva con 25 personas en precarias condiciones; las recoge y las lleva a tierra para que sean cuidadas. A la semana siguiente y por la misma zona, se topa con otra embarcación más grande que ahora ocupan 50; y cada semana que vuelve a pasar por allí, no sólo aumenta el número de embarcaciones que encuentra, sino también el de sus ocupantes.
Finalmente descubre que existe una mafia que desplaza a esas embarcaciones cobrando a sus ocupantes un dinero que ni siquiera tienen; y que, exceptuando a algunos bebés y embarazadas utilizados como señuelo humanitario, la mayoría de ocupantes ya no son gente miserable, sino hombres sanísimos que buscan saltarse las fronteras para aprovecharse de la generosidad de quienes los acogen.
¿No suena a burla invocar al buen samaritano de la parábola, como ejemplo de conducta a seguir en estos casos?