Sr. Director:

Es innegable el chute de progresismo multicultural que significó en la inauguración de los Juegos Olímpicos la parodia de la Última Cena, con todos esos personajes que parecían escapados de la cantina de la Guerra de las Galaxias. A este ejemplo de «tolerancia comunitaria» (según la cachonda organización), habría que añadir otras muestras de avanzado progresismo ecológico dentro de la villa olímpica: con camas con somieres de cartón y colchones con poca espuma, dormitorios sin aire acondicionado y sin cortinas, servicios y baños compartidos con duchas sin puertas... Circunstancias todas muy acordes con la Agenda 2030, que han hecho de la villa olímpica un paraíso muy ecosostenible, pero algo menos habitable, como han osado denunciar algunos deportistas.

Pero si hay algo que lamentar, es haber desaprovechado la ocasión para avanzar en el uso del lenguaje inclusivo y superador de ancestrales términos que, pese a estar basados en el opresor machismo heteropatriarcal, denotan una carga pseudofeminizante no acorde con la plural riqueza de géneros actuales. Un vetusto y rancio vocabulario deportivo que debería haber incluido junto a deportistas, a deportistos, y junto a atletas, a atletos. Así como también a ciclistos, tenistos, futbolistos, baloncestistos, balonmanistos, waterpolistos, voleibolistos, gimnastos, esgrimistos, golfistos, yudocos, karatecos, piragüistos, regatistos, surfistos, etcétera.

El uso de estos vocablos habría facilitado que los periodistos deportivos nos hubiesen informado con mayor precisión, e incluso nos hubiese proporcionado alguna que otra medalla más. Una pena.