Sr. Director:
Manos, gafas, perro, avión... todo en una línea juvenil, progre y desenfadada, propia de un gran almacén con los probadores repletos de adolescentes.
Pero donde de verdad la imagen de Pedro Sánchez alcanza su cenit es cuando aparece disfrazado de Jefe del Gobierno de España. En su visita a Macron, en los apretones de manos con Merkel y hasta en sus rifirrafes parlamentarios con Rufián, el terno impecable, la camisa de color, la corbata escogida con mimo y anudada por manos expertas, constituyen un indudable signo de seriedad, de pericia en el manejo del poder y de un evidente poso de estadista, ese poso que dan las sesudas reflexiones sobre la tumba de Franco, la eutanasia, el acercamiento de presos, el cambio de nombre del Consejo de Ministros y de Ministras, los cabreos de Torra, las declaraciones de los ministros y ministras o las dimisiones relámpago de algún ministro. Corbata y seriedad que tranquilicen a las altas esferas de la banca y de la economía y a los lobbies europeos.
Pero lo más importante son las manos que 'marcan la determinación del Gobierno'.
El problema es que, puestos a los juegos de manos, igual hay gente que prefiere que nos gobierne Juan Tamarit.