Sr. Director:
Uno de los tópicos más reaccionarios y falaces contra la Iglesia católica, y que aún se remite con total desfachatez en universidades, institutos y centros científicos oficiales y oficiosos es el de acusar a la Iglesia católica de enemiga de la ciencia positiva, cuando la realidad es completa diferente como ha demostrado un sociólogo e investigador de probada competencia como Rodney Stark en su obra, Falso testimonio (Denuncia siglos de historia anticatólica). Se debe advertir que no es un autor nada sospechoso, porque no es católico. En el capítulo 7 de la obra titulado “Herejías científicas”, demuestra con argumentos contundentes que la leyenda negra de la Iglesia católica enemiga de la ciencia nació con la Ilustración, quien inventó, para desacreditarla, el término de la Edad Media, como siglos oscuros, lo que aún se repite con total desfachatez en libros divulgativos llenos de falsedades y mentiras. Incluso un intelectual tan admirado por lo intelectualmente correcto llega a afirmar: la Ilustración fue esencialmente una revaluación de la actividad intelectual independiente, dirigida casi literalmente a difundir la luz donde hasta entonces había prevalecido la oscuridad.
La realidad histórica es completamente diferente. La Ciencia, como hoy se entiende, nació en las universidades medievales de la Iglesia católica. La mayoría de los centros que se convirtieron en universidades medievales habían sido durante mucho tiempo, como afirma R. Stark, escuelas que impartían cultura religiosa, sostenidas por catedrales y monasterios. Las primeras universidades de fundaron con el fin de atender a las necesidades que iban más allá de la instrucción religiosa. Pero el argumento más contundente para rechazar la leyenda negra de la Iglesia enemiga de la ciencia, reside en que fueron eclesiásticas y laicos cristianos los más interesados en la el cultivo de la ciencia. Los grandes logros científicos de los siglos XVI y XVII, fueron llevados a cabo por científicos muy religiosos que trabajaron en universidades cristianas y siguieron el camino trazado por los autores escolásticas como San Alberto Magno, el mejor botánico de la Edad Media; Roger Bacon, brillante científico, quien enseñó en la Universidad de París e ingresó en el Orden Franciscana, quien propuso como método científico la observación en lugar de la autoridad. Otro franciscano ilustre fue Guillermo Ockham, con su célebre teoría de la “Navaja de Ockham” o explicación sencilla. Nicolás de Cusa cardenal y preocupado por la naturaleza de los eclipses. Otro gran científico Nicolás Copérnico autor Sobre las revoluciones de las órbitas celestes, fue un eclesiástico (canónigo polaco). Con Isaac Newton, quien reconocía quien se consideraba deudor de los científicos anteriores, la ciencia alcanza una de sus grandes cimas de entonces, era una persona piadosa, quien escribió más sobre temas teológicos que sobre cuestiones físicas. El astrónomo Kepler, se interesó profundamente por cuestiones bíblicas, como calcular el año de la Creación y del nacimiento de Jesucristo. Resultan claramente sorprendentes los datos aportados por Rodney Stark sobre la religiosidad de 52 grandes científicos: devotos 31; convencional 20; escéptico 1; de los cuales 26 eran católicos y los restantes protestantes. Como afirma el gran filósofo y matemático AN Whitehead: la ciencia se desarrolló en Europa, porque estaba ampliamente extendida la fe en la posibilidad de la ciencia, derivada de la teología medieval, con lo que reconocía que la Teología era esencial para explicar el origen y el auge de la ciencia. En la actualidad, aunque las universidades católicas fueron esenciales para el desarrollo de la ciencia de nuestros días, esa dependencia ha dejado de existir. La teología es la ciencia de Dios objeto formal propio, pero con estricto método científico. Dios no se puede ser sometido ni a la observación ni a la experimentación científica (pura idolatría) como pretende R. Dawkins con su panfleto falso de ciencia ficción El Espejismo de Dios.