Cartas al director
La muerte sorprendió a Rita ya muerta
Sr. Director:
¿Quién de nosotros se tapa los oídos cuando vocea la mentira, la patraña o la calumnia?
Hay tribunales mucho más implacables que aquellos que imparten la legalidad. Son los que difunden la opinión publicada y establecen un determinado estado de opinión en la ciudadanía, sin que ningún juez haya dictado sentencia. Con su concurso, por los caminos de la inconsciente credulidad, la ignorancia y la maledicencia, discurren calumnias, opiniones interesadas, fábulas sin fundamento, noticias manipuladas basadas en medias verdades. Estas últimas, son la peor de las mentiras.
La argucia, la suposición, la cábala, el embrollo y el enredo son las armas a utilizar para aplicar la vieja teoría marxista consistente en desacreditar moralmente al adversario, para finalmente acabar con él.
La denigración de una persona es una mancha, que como el aceite, va extendiendo falaces creencias, recelos y conjeturas, llenando de noticias falsas los oídos; las mismas noticias que con inmediatez divulgan el hecho de que la ex alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, sucumbió a la fiera hacha mediática impulsada por sus adversarios —con la cobarde orfandad de su propio partido— pero sin doblar su cabeza y proclamando su inocencia hasta la muerte.
Con motivo de la situación política que España está viviendo, la izquierda española, con el altavoz de medios de comunicación interesados, ha realizado una cacería feroz contra la ex alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, por una causa abierta, de la que según parece, iba a ser exonerada.
No se han encontrado pruebas, nadie ha declarado contra ella, pero había que aniquilar uno de los iconos de la derecha española, invalidar su obra y resarcirse de sus cinco mayorías absolutas democráticamente logradas. Por eso la venganza y el odio han pesado con ignominia y sin misericordia sobre su cabeza.
Sin embargo, no hay absurdo de los que se fabrican a destajo que no tenga segura acogida por el irracional sectarismo ideológico; en España, a los políticos de derechas, se les considera capaces de todo género de horrores. Sin duda, una trayectoria política tan notoria como la de la finada, enajena las simpatías, no solo de sus adversarios, sino lo que es mucho más triste, de algunos de sus propios correligionarios; pero no se llegaría hasta la más fiera animadversión, si no fuera porque la idea interesada que corre como válida acerca de todos los políticos de derechas, sirve de plataforma para dar crédito a fábulas odiosas que excitan la exasperación en muchas mentes crédulas e incautas.
Se ha extendido la idea de que la democracia conlleva la cultura y la dignificación de las personas, y lo que realmente sucede es que la libertad que nos confiere la misma, hace visibles las buenas y malas cualidades, que antes permanecían ocultas. Si no se poseen nobles ideales, esa misma libertad pondrá de relieve la mezquindad y la odiosa bajeza en su vertiente más miserable, ésa que nunca se cansa de denunciar, de entregar a su odio reprimido, y al de cualquiera, a su desprecio y al de los otros.
Es precisamente su actitud narcisista, la que le fuerza a confesar que no entiende otro tipo de comportamiento que no sea el de sus ideas y propósitos, y en España, cuyo talón de Aquiles es la envidia, la rivalidad y el resquemor sectario, si no inculcamos auténticos sentimientos de concordia, la libertad se expresará en actos como los protagonizados, que solo ponen de manifiesto un antagonismo ruin y degradante.
No son pocas las veces en las que pretendidas depuraciones políticas, enmascaran venganzas personales de propios y extraños.
El Congreso de los Diputados, es el lugar para dialogar, encontrar puntos de encuentro y acordar. No debería haber en él espacios para el odio, el rencor o la animadversión.
Con frecuencia, eso que llaman la sede de la soberanía nacional, se nos muestra como un caos de seres, de hechos e ideas, insertos en una lucha desordenada, violenta y despiadada; una mentira perpetua, por la que arbitrariamente unos se elevan al pináculo y otros quedan aplastados sin piedad en la oscuridad de los bajos fondos, una negrura en la que el más leve rayo de luz quebraría cual frágil cristal, si se empleasen en representar siquiera un eco lejano del tumulto y la refriega que produce el choque de aspiraciones, apetitos, odios y abnegaciones en que se encuentran y mezclan las diversas categorías que dividen a las personas.
¿Quién podrá explicar exactamente la interminable batalla librada entre los intereses particulares y las necesidades colectivas; entre los sentimientos del individuo y la pseudológica de la generalidad humana?
La izquierda en España, como si fuera el dios supremo del Olimpo, se erige con una falsa superioridad moral que considera a la derecha enemiga de lo que ella llama progreso, incitando a la raíz popular, a que con una enorme fuerza pasional, descargue sus emociones viscerales en un enconado odio —como en el Congreso y redes sociales se ha podido apreciar con ocasión del fallecimiento de la ex alcaldesa de Valencia— duro y cruel hacia la derecha, al tiempo que reclaman integridad y honradez al adversario, para esconder su propia putrefacción, hiriendo de muerte con hipócritas sonrisas.
La muerte sorprendió a Rita ya muerta, muerta de indignación, muerta de incredulidad, muerta de tristeza y de pena por el abandono de aquellos a quienes ella creía su propia familia y a quienes durante cuarenta años había entregado su vida. Y la sorprendió sola, en la fría soledad de la habitación de un hotel, en esa soledad en la que buscándose así misma, llegó un momento en que no encontró a nadie.
César Valdeolmillos
Ver más