Entre los importantísimos habitantes de la casa de un concurso de la tele con máxima audiencia, pero que yo tampoco veo, se encuentran un torero de escaso recorrido profesional, y una mujer de largo recorrido en el «famoseo», cuyo mayor mérito es haber tenido una hija con otro torero hace ya años.
Y sobre todo, que desde entonces no ha parado de despotricar públicamente del padre de su hija y de todo lo que se menee a su alrededor. Como parece existir una especie de código de comportamiento entre la gente del mundo del toro, el torero concursante se siente obligado a proteger a la madre de la hija de su colega, creyendo que al defenderla, honra a aquél.
Esta actitud le lleva a estar al quite de todas las embestidas que merecidamente se gana la mujer con sus torpes actuaciones; aunque tampoco conviene ignorar que quien a buen árbol se arrima..., porque ella es personaje de gran tirón mediático, y la especial protección que recibe del programa la convierte en clara candidata a ganar el concurso.
Pero lo cierto es que cualquiera que quisiera a esta mujer, más allá de verla como una mera fuente de ingresos económicos, haría lo posible por sacarla cuanto antes del lúdico habitáculo; porque si ya existían fundadas dudas sobre sus capacidades, sus reacciones dentro de la casa la están acabando de rematar. Y el concursante torero, al apoyar su actuación, creyendo que así cumple con el noble código de la torería, en realidad no sólo la está perjudicando, sino también a su colega.
Su actitud es una muestra de lealtad mal entendida. Pero cuántas veces actuamos así, y creyendo ayudar a quienes protegemos, lo que hacemos es colaborar a hundirlos más aún.
Miguel Ángel Loma Pérez