Sr. Director:
Libia vive desde hace siete años en el caos. Occidente facilitó la caída de Gadafi sin prever quién y cómo iba a llenar el vacío del líder libio. Y el vacío, en política, siempre lo llenan los extremos. El territorio libio es hoy un puzle caótico en el que operan dos gobiernos, uno apoyado por la ONU y otro por países como Egipto y Arabia Saudí, mafias que se lucran con el tráfico y la trata de seres humanos y grupos criminales que matan para mantener el control sobre un territorio rentable, pero en descomposición.
Hace siete años la información oficial difundía la creencia de que Libia, una vez liberada de Gadafi, con un enorme potencial económico gracias a sus recursos petrolíferos, con escasa población y muy cercana a Europa, era un país llamado a la estabilidad. Nada de eso ha sucedido y pese a las llamadas a la negociación y a la mediación de Naciones Unidas, el presente no es nada halagüeño. Sin embargo, es imprescindible forzar un acuerdo entre los gobiernos, para frenar la violencia y el negocio de la esclavitud que prolifera. El drama tiene lugar a nuestra misma puerta, no podemos no sentirnos concernidos.