Cartas al director
Lo que distingue a la alegría cristiana es que es perenne
Sr. Director:
Se puede confundir el significado de la alegría con situaciones más o menos confortables: gozar de buena salud, carecer de problemas económicos, diversiones en donde "lo hemos pasado bomba"…
Tampoco podemos confundir la verdadera alegría con las carcajadas ruidosas que en ciertos momentos nos provoca algún acontecimiento. Eso se podría calificar de gestos pasajeros, pero la alegría verdadera para una persona, para un cristiano, es perenne, según explicó el Papa Francisco en la Misa que celebra cada día en la capilla de Santa Marta. También repite que, incluso "en los momentos más tristes, en los momentos de dolor", la alegría "se convierte en paz".
La falta de alegría, sin embargo, conduce al miedo, a la cobardía; y el miedo no es una actitud cristiana y "lleva a un egocentrismo egoísta que te paraliza", hace mal, quita la libertad de luchar con coraje para decidirse por lo más conveniente o lo más justo. Por eso, alguien que tiene miedo "no hace nada, no sabe qué hacer".
En resumen, esa persona o esa comunidad puede ser divertida, pero "está enferma de mundanidad". De igual modo, "cuando la Iglesia es miedosa y cuando la Iglesia no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma…". No tener miedo es "pedir la gracia del coraje, del valor que nos envía el Espíritu Santo".
El ejemplo de los santos es muy significativo. Santa Teresa tenía mucha "chispa". Ella, que padeció grandes contrariedades, dificultades, enfermedades…, no rebajó nunca su buen humor. Aunque era muy culta, escribió frases como éstas: "Aunque las mujeres no somos buenas para el consejo, algunas veces acertamos". También: "Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía".
De la alegría, San Josemaría Escrivá escribió: "¿No hay alegría? –Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás". También: "Con alegría, ningún día sin cruz". De San Juan Bosco: "El demonio no puede resistir a la gente alegre". Y otro: "Mientras conserves la alegría, te alejarás del pecado."
El Papa Francisco, de manera contundente, afirma que un cristiano es un hombre y una mujer de alegría, "un hombre y una mujer con alegría en el corazón. No existe un cristiano sin alegría", y quienes actúen de manera contraria "no son cristianos: dicen que lo son, pero no lo son, les falta algo". Sigue diciendo que "el carnet de identidad del cristiano es la alegría, la alegría del Evangelio".
Insiste en que el cristiano debe ser un hombre y una mujer "de estupor", que es como decir un hombre y una mujer lleno de asombro, pasmo y admiración, al descubrir que sólo en Él está la felicidad. En el Evangelio existen varios ejemplos, como el del joven rico que, al estar apegado a sus riquezas, no supo descubrir la verdadera alegría en la petición que el Señor le hizo, "y se marchó triste".
Desde los primeros siglos de la Iglesia, y también en nuestros tiempos, hemos leído y casi hemos sido testigos de la alegría de muchos cristianos, mártires de la fe, que daban su vida por no renegar del amor a Jesucristo. Iban cantando y rezando a su martirio, con una fortaleza que ha dejado y deja asombrados a cuantos somos testigos indirectos de estos comportamientos. ¿No son suficientes estos gestos heroicos para, al menos, detenernos a pensar quién es ese Dios que les da tanta paz y alegría en esa hora difícil de entregar hasta su vida?
Y no podemos pensar que los mártires eran gente sólo de otros tiempos más bárbaros. Desde los mártires de Roma en las bocas de los leones en el primer siglo del cristianismo, las persecuciones se han sucedido porque el cristianismo será perseguido hasta el fin de los siglos. En nuestro siglo XX no podemos olvidar que en plena guerra civil española eran detenidas personas que no tenía relación alguna con la política, simplemente porque eran cristianos (sacerdotes y laicos) y muchos de ellos no querían renegar de su fe. ¿Y en el XXI? Los cristianos de Irak, Siria, Afganistán… Hemos podido ver, a través de la televisión, cómo los pertenecientes al llamado Estado Islámico llevaban a un grupo de cristianos para asesinarlos, y para asombro de muchos… ¡iban cantando!
La reflexión personal sobre esta virtud nos ayudaría a desechar muchas contrariedades que nos parecen desbordantes, y centraríamos la paz y la alegría en otros parámetros más auténticos.
Pepita Taboada
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