Sr. Director:
En cualquier civilización, el nombre que se le daba a las cosas era fundamental para diferenciar unas de otras y para el mejor conocimiento de la realidad. La riqueza y variedad de términos de una lengua implicaba también mayor riqueza en la comunicación y en el desarrollo mental y material del pueblo que la utilizaba. Pero muy aceleradamente, y quizás debido a la arrasadora cultura de de las nuevas tecnologías y de la revolución digital, comprobamos como, al menos en España, mengua escandalosamente el vocabulario de las generaciones más jóvenes; lo que supone una pérdida de capacidad en desarrollo intelectual y un avance de progreso... en pobreza mental.
Esto implica también que una misma palabra adquiera significados a veces tan variados, que representan una cosa y su contraria; a la vez que muchas palabras vayan quedando en desuso, como sucede con el adjetivo «traidor», que apenas se utiliza ya y se aplicaba a quien cometía traición; es decir, a quien quebrantaba la fidelidad o lealtad que debía guardar o tener. En España nos sería de mucha utilidad rescatarlo, para aplicárselo principalmente a los políticos separatistas que, habiendo jurado o prometido públicamente cumplir la Constitución en razón de sus cargos y representación, pretenden robarnos un trozo de España, quebrantando así la fidelidad a sus palabras. Pero claro, lo de «indepes», que es como les califican últimamente los medios, suena tan afable y simpaticón, que dan ganas de achucharles y hasta de darles algún piquito en plan Rubiales.