Sr. Director:
Al igual que sucede con las alabanzas funerarias a quien acaba de morir, era previsible que la retirada de la política activa de alguien tan brillante como Iván Espinosa de los Monteros suscitase comentarios positivos de muchos que, solo unas horas antes de su renuncia, lo estaban demonizando. De pronto habían cambiado de opinión y se deshacían en elogios a Espinosa, que -«al margen de sus ideas, por supuesto»- pasaba de ser el nefasto portavoz del partido ultra mega facha, a convertirse en un gran parlamentario, culto, educado, políglota, bien hablado, mejor vestido y muy por encima de la media de los personajes y personajas que calientan escaños en Congreso y Senado. Y hasta se comenzó a apuntar que el propio PP, conociendo la probada valía parlamentaria del «finado», estaría ya pensando en echarle la caña.
Una vez evacuadas las loas mortuorias de rigor, esos mismos sagaces analistas no desaprovechaban la ocasión para arremeter de nuevo contra Vox, explicando que con la marcha de Espinosa este partido se convertía en algo aun más diabólico, más facha y más ultra. Y es que sobre Vox convergen el rabioso odio ideológico de las izquierdas y el menosprecio de la vergonzante exderecha. El odio de aquellos, porque no soportan que nadie se enfrente sin complejos a sus manipuladoras políticas de progreso hacia el abismo; y el menosprecio de éstos, porque consideran que sólo ellos merecen el voto para heredar los sillones y carguitos de los anteriores. Muy lógico todo.