Sr. Director:
En una reciente homilía, el presidente de la Conferencia Episcopal argentina, monseñor Oscar Ojea, se refería con realismo a la necesidad de encontrar soluciones nuevas y creativas para que ninguna mujer busque en el aborto una salida a situaciones sumamente vulnerables y frágiles. Y recordaba lo que el Papa afirmaba en su reciente carta sobre la santidad: que la defensa del inocente no nacido debe ser clara, firme y apasionada porque está en juego la dignidad del ser humano.
El debate que se desarrolla en Argentina puede parecer algo ya visto y oído en otros países, especialmente los europeos. Pero en la mayoría de los países iberoamericanos el respeto a la vida humana forma parte integrante de unas certezas que los movimientos abortistas tratan de torpedear, con importantes ayudas financieras y constantes presiones políticas. Lo que todavía no ha comprendido la cultura moderna, tan volcada en el progresismo material, y que no deja de inventarse supuestos derechos humanos, es que negar el derecho a la vida es negar el progreso de la humanidad.