Sr. Director:
Asombra la extrema rapidez con que nos hemos dejado invadir por la cultura yanqui en tantísimos ámbitos de la vida española donde manteníamos una personalidad propia desde hace muchos siglos. Una pérdida de identidad que es consecuencia directa de la facilidad con que hemos ido abandonando aspectos sustanciales de nuestras creencias y modos de vivir que, lógicamente, repercutían en nuestras manifestaciones culturales: desde la cocina hasta la celebración de fiestas y tradiciones. Y no es que todo cambio haya sido negativo, pero en algunas cosas importantes hemos pagado un precio demasiado alto.
Esto sucede, por ejemplo, con tradiciones que celebramos de manera tan diferente que no hay quien las reconozca: como la Fiesta de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, del 1 y 2 de noviembre respectivamente. Conmemoraciones de profunda raíz y significado cristiano en España y en Europa que durante siglos invitaban a reflexionar sobre la fugacidad de la vida y el sentido de la muerte, así como para recordar a quienes nos precedieron. Celebraciones que el gran mago Hollywood con su varita exterminadora se ha llevado por delante, pegándonos el cambiazo por el Halloween: hortera mezcolanza lúdico festiva de baile de disfraces de zombis y monstruitos de tiendas de los chinos, que frivolizan con el más allá. Frivolización que, en una sociedad que vive de espaldas a la muerte, tiene garantizado el éxito. Hasta que de repente nos topamos con la realidad de sucesos como el que ha asolado Valencia... y se nos congela la burla en los labios.