Sr. Director:
Al margen de partidismos y desde una mera visión de españoles, orgullosos de formar parte de una de las naciones más antiguas del planeta, avalada por una singular historia de difícil parangón, la expansión de los nacionalismos separatistas y disolventes constituye una grave preocupación que, sin embargo, se tiende a soslayar como si se tratase de otra oferta política más. Y adquiere aún mayor gravedad cuando nos referimos a los herederos de quienes, utilizando el terror, la extorsión y las amenazas, expulsaron de su tierra a decenas de miles de personas. Éstos, de haber continuado residiendo allí, podrían haber producido un significativo vuelco electoral en unos municipios y provincias que permanecen ideológicamente secuestrados por quienes cosechan la siembra de odios fratricidas.
Aunque sea verdad que muchos de sus votantes actuales ignoran la realidad de lo sucedido, debido a la consentida manipulación sobre la historia que han sufrido durante años, esto no debería ser excusa para seguir pasando página tras cada proceso electoral, como si nada sucediera. La victoria en muchos pueblos vascos y navarros de los herederos de los etarras demuestra una hiriente iniquidad ante la que no cabe una indiferencia que sólo sirve para normalizarles, engañándonos sobre la auténtica naturaleza de estos sujetos, como si estuviéramos ante unos políticos cualquiera. Y esto es lo que estamos comprobando con las infames alianzas y declaraciones que últimamente padecemos.