Sr. Director:

Una y otra vez recordamos que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en el mismo sitio. Los animales aprenden; el hombre, ‘homo sapiens’, reitera sus tropiezos. Puede ser que sea debido a que nos consideramos superiores a la mínima, surge la autosuficiencia y recaemos en lo elemental: la razón puede jugar malas pasadas si no se es realista y humilde.

La lección unánime tras los duros meses de epidemia y los probablemente 45.000 fallecidos es que había que ser prudente, protegernos, especialmente los sectores con más riesgo previsible.

Meses atrás, las residencias de la tercera edad -y especialmente los trabajadores de esos centros, más que probables introductores del virus en las residencias- y el personal sanitario pagaron la imprevisión. Bien es cierto que hubo excepciones de previsión loable, pero el resultado fue el que fue.

Era previsible que los temporeros sufrieran contagios. Las condiciones en que viven y trabajan, en muchas ocasiones, distan mucho de lo aconsejable, y en algunos casos atentan a la dignidad de la persona. Muchos son extranjeros, que no pueden o no se atreven a denunciar o explicar sus condiciones laborales, de aseo y vivienda.

Sindicatos y empresas debían haber ayudado a que este sector vulnerable estuviera protegido. Las autoridades, los inspectores de trabajo, también debían haber intervenido antes. Ahora, el Gobierno de Aragón pide a las tres diputaciones y a los municipios con ese tipo de trabajadores que informen de los lugares en que se puede alojar a los que estén contagiados, para hacer un “confinamiento preciso”. Probablemente a quienes habría que confinar en primer lugar es a los responsables de que se haya permitido una desprotección vergonzosa.