Sr. Director:

Desde que Occidente comenzó a olvidar sus cristianos orígenes, las navidades fueron perdiendo su sentido primigenio y cediendo ante el protagonismo arrollador del omnipresente Papá Noel que todo lo llena con su cortejo de renos y trineos, abetos y regalos; logrando desplazar a la Familia de Nazaret: unos pobretones sin glamour que ya no tienen cabida en estas fiestas. Pero siempre hay quien va más allá... Y como hasta la imagen del gordito les parece demasiado navideña, elaboran sus propias felicitaciones en las que por supuesto eluden la palabra Navidad. Cualquier cosa vale, siempre que se margine el nacimiento de ese Niño al que hoy, bajo leyes progresistas, no podría parir María. 

Cuando nos topamos con alguna de estas felicitaciones con pretensiones literarias que en gran parte proceden de ocupantes de carguetes en instituciones públicas, deducimos que su autor se ha pasado medio año espulgando entre sus lecturas para extraer la frase más epatante que le acredite como persona muy moderna, instruida y de sensibilidad exquisitamente laica. Y si además se carece de mesura, felicitaciones hay que no sabemos descifrar si se trata de meros desvaríos literarios o de veladas invitaciones sicalípticas que nos lanzan por si cuela. Han convertido sus felicitaciones navideñas en un concursito de pedantes donde se tiene por más intelectual quien emita el mensaje que menos tenga que ver con la Navidad. Pero se complican la vida demasiado: les bastaría con bailar un par de letras de la tradicional felicitación navideña, para expresar el sentimiento que en realidad les mueve a comunicarse con sus fatuos tarjetones.