Sr. Director:
El refrán es de por sí bastante expresivo: Quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere. Así de sencillo, es una forma de reprender la libertad en el hablar sin reflexión y enseña que las palabras han de ser medidas, para que no originen respuesta que sea sensible o injuriosa al que la motiva. El escaso valor y la pobreza de vocabulario ponen de manifiesto el ínfimo poder de atracción de la oratoria de nuestros políticos, con alguna excepción, claro. Pero en general se hablan entre y para ellos porque en el público apenas despiertan interés sus peroraciones. Y lo más llamativo es la reacción de algunos que se sienten ofendidos por los calificativos recibidos cuando no advierten y reconocen que han sido los que han iniciado y propiciado la refriega en tono triunfalista para luego tener que agachar la cabeza en un gesto de sufrida humillación, que no avergonzados, por su inicial salida de tono.
La falta de comedimiento en el decir no es lo más destacable en el español, se dice que debido a su carácter exaltado y radical; tal vez se pueda, aunque no se deba, mostrar esto en medio de un descampado, pero en un foro público donde todos los presentes quieren ser considerados como respetables y honorables debe prevalecer, por encima de todo, la prudencia, la mesura y la moderación. En caso contrario habrán de atenerse el refrán