Cartas al director
Rubén Darío, el poeta de la Hispanidad
Sr. Director:
En esta época postmoderna en la que la vulgaridad y la fealdad imponen su tiranía estética, por la que lo bello y lo verdadero son objeto de mofa y desprecio, es más necesario que nunca volver al gran autor de Cantos de Vida y Esperanza; Prosa Profanas, Salutación Optimista o Los motivos del Lobo (…).
El modernismo de Rubén Darío es mucho más que una simple cosmética formal poética. Supone la superación del mundo cerrado del realismo y naturalismo, para bucear en el yo más profundo del poeta, abierto a la transcendencia, en forma de evocaciones fastuosas de lejanos ambientes situados en Grecia, Roma o en la Edad Media, o en la Francia de Varlaine.
En su poesía viven princesas de ojos azules, califas pensativos y vizcondes rubios (...) Dos componentes de la poesía de Rubén Darío son el cosmopolitismo y el mestizaje. Todo este universo poético es sometido a un proceso de depuración estética de gran esplendor por su color y musicalidad y por su riqueza métrica y estrófica. Rubén no rechaza a la herencia literaria del Siglo de Oro, sino que es un gran admirador de Lope y de Garcilaso, de Santa Teresa y de Cervantes (…).
Rubén Darío nunca criticó, ni rechazó el gran legado de España que pervive en Hispanoamérica, por mucho que los seguidores de la leyenda negra continúen con sus mentiras y su sectarismo reaccionario: la realidad es como la describió Rubén Darío cuando exalto los ideales hispánicos: (…) la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Esa es la gran herencia que España dejó en Hispanoamérica: universidades, catedrales e iglesias repletas de pinturas, esculturas, composiciones musicales de gran belleza que aún soy son la admiración de historiadores y artistas. ¿Cómo no admirar la literatura del barroco mexicano en el que destaca Sor Juana Inés de la Cruz una de las cumbre de la poesía? Los indígenas no eran esclavos sino como los españoles súbditos de la Monarquía Católica Española.
Fue en sus poemas como La Letanía de nuestro Señor Don Quijote; Roosevelt (entre otros) exalta los ideales hispánicos. Rubén Darío, de sangre mestiza, reconoció con admiración la gran labor de la Iglesia Católica en la América española, frente a clérigos e intelectuales defensores de la más reaccionaria leyenda negra. Estos parecen defender que a los indígenas les hubiese ido mejor con sus cultos idolátricos, sangrientos y canibalescos, sin haberlos predicados la verdad de Evangelio.
Felipe II víctima preferida de la leyenda negra, como lo demuestra aún Kent Follet en su última novela Una columna de fuego y en contra de los grandes hispanistas británicos más solventes y mejor informados ordenó expresamente: "No parece conveniente forzar a los indios a abandonar su lengua natural; sólo habrá que anunciarles el Evangelio".
Fidel García
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