Sr. Director:
Sabiendo que hoy apenas hay alguna legislación civil que impida el divorcio, que se admite, sin más, la convivencia de no casados, que hasta en las iglesias cristianas no católicas también se admite el matrimonio a prueba -ortodoxos- el divorcio o cosas parecidas -en las protestantes-, no es raro que haya mucha gente, sobre todo jóvenes, que no les cabe en la cabeza la idea de indisolubilidad. Es muy complicado explicar, incluso a muchachos de misa dominical fija, de devoción cristiana diaria, que el matrimonio no se termina nunca.
“La adopción del mantra de la libertad en el sexo y el matrimonio ha generado (por enumerar únicamente algunas consecuencias) la proliferación de las rupturas familiares, la normalización de la pornografía, la aceptación de toda clase de actos y deseos desordenados y un profundo sentimiento de alienación y soledad que se apodera de modo especial de las comunidades más jóvenes y frágiles” (p. 106). Es un tono social, es lo que se vive en Occidente, y lo que desconcierta a gentes venidas de países africanos, por ejemplo, con unas tradiciones familiares totalmente distintas, naturalmente más correctas.
Hay que abundar, hay que explicar, hay que ayudar a los casados, de todas las edades, porque las circunstancias sociales son más complicadas. Y es necesario hacer ver que el matrimonio es un sacramento, que los cristianos necesitamos de los sacramentos, la Eucaristía, la Penitencia, de un modo habitual. El matrimonio una sola vez en la vida, pero que aporta, como tal sacramento que es, la gracia para fortalecer a los esposos.
La solución para tantos problemas en las familias es la ayuda de la gracia, que nos llega por los sacramentos. No podemos olvidarlo nunca.