Sr. Director:
Caben las mentiras piadosas en casos excepcionales cuando la cruda realidad ni siquiera aporta nada a la esperanza. Pero muy diferente es utilizarlas sistemáticamente para edulcorar situaciones que nos resultan molestas, eludiendo el conocimiento de una verdad que, por muy dolorosa que sea, siempre nos ofrece la posibilidad de afrontar los problemas. Y esto nos sucede con el manoseado «espíritu de Ermua» que algunos insisten en invocar como reclamo de unidad frente al terrorismo.
Sin embargo, todo lo que significó y llegó a representar se acabó hace ya muchos años; incluso diríase que murió al poco tiempo de nacer. Y de propiciar su muerte se encargaron los partidos nacionalistas, una buena parte de nuestra izquierda y hasta los propios servicios del Estado, que urgidos por «encauzar» y desactivar la justa rabia de un pueblo que por fin se levantaba contra los asesinos y sus secuaces, lo recondujeron todo hacia inocuas manifas de manitas blancas y consignas borreguiles.
Pero la realidad es que la tumba de Miguel Ángel en Ermua fue tan continuamente profanada que hubo que trasladarla a Galicia; y similar destierro de Ermua tuvieron que seguir sus padres.
Que un presidente de Gobierno utilice el 25 aniversario del asesinato de Blanco para blanquear (hiriente ironía) la memoria de sus asesinos es un terrible sarcasmo que no merecemos.