Sr. Director:
Al socaire de la pandemia, sin apenas debate y revestida con bata blanca, ha tomado la eutanasia aposento legal entre nosotros. Al igual que sucediera con la aprobación de otros «avances» progresistas, la explotación emotiva de unos cuantos casos estrella propiciaron un ambiente favorable a considerar que la salida más digna para enfermos con graves padecimientos era darles matarile. Muerto el perro se acabó la rabia.
Y con su aplicación sucederá lo de siempre: primero la «disfrutarán» las escasas personas que la soliciten, después se ampliará a quienes no puedan pedirla, pero lo hagan sus familiares, y ya más adelante, flexibilizada la interpretación de los casos y las garantías, la mayoría de viejos y enfermos graves serán percibidos como una insostenible carga familiar y social cuyas innecesarias vidas solo generan gastos.
Si acabó normalizándose algo tan tremendo como es matar a los hijos antes de nacer, ¿cómo no iba a triunfar en un Estado endeudado hasta el tuétano, la «dulce y compasiva» muerte de los que ningún beneficio económico puedan aportarnos? Pese a todo, benditos sean los que tan sacrificadamente siguen ocupándose en cuidar a ancianos y enfermos, porque son el mejor ejemplo de nuestra herida y doliente humanidad.