Sr. Director:
En nuestra sociedad hay cantidad de tabúes que nos están oprimiendo. Comer carne es malo para la salud y la pasta de dientes tiene que estar homologada para que no produzca cáncer; es fundamental la medicina preventiva “por si acaso” y hay que vigilar los tejidos -aunque tengan etiqueta europea- que rozan nuestra piel por si producen efectos no deseados; el sol es malo y el frío también; el azúcar produce enfermedades sin cuento y el pulpo a la gallega hay que tomarlo, no porque sea sabroso y esté bien condimentado, sino porque contiene Omega 3.
Hay que comer fruta pero teniendo muy en cuenta que de postre engorda; y es necesario llevar un reloj que mida los pasos que damos para controlar nuestro ejercicio físico.
Ha bastado vivir la desgracia del suicidio de alguien conocido para que se ponga en marcha toda una batería de informaciones sobre la salud mental de las gentes; y ahora que, pese a las riadas, hay sequía se debe circular a paso de tortuga; los ríos se desbordan y las alertas cambian de color continuamente, pero la falta de riego hace peligrar las cosechas.
De la ciudad alegre y confiada, que decía Benavente, hemos pasado, desde mucho antes del Covid, a una sociedad alicaída, temerosa y aherrojada por las continuas prohibiciones.
Y es que lo que sí parece claro es que tanto miedo, tanto temor, tantas precauciones y tanta prohibición, están sirviendo a los políticos para controlar a los votantes, a algunos medios para inflar audiencias y a bastantes para hacer negocio.