Sr. Director:

De un tiempo a esta parte se viene oyendo hablar del fenómeno de “la España vacía”. Al parecer, empiezan a producirse ciertos movimientos de tectónica de placas electoral con el fin de ver quién arrima esa ascua a su sardina, quién se llena con el electorado potencial sus escaños, y con qué eslogan salir a faenar para este cometido de cara a las próximas elecciones.

En esta ocasión, nuestro interés es hablar de otro fenómeno, al que llamaremos “el vaciamiento de España”. Dada la complejidad del asunto, aquí lo abordaremos desde una perspectiva, la de la Educación o, para ser más preciso, el sistema de enseñanza. Un sistema de enseñanza que viene degenerando, degradándose, corrompiéndose en los últimos años, décadas; una tendencia que se confirma y se ahonda con la nueva (otra más) ley de Educación, la LOMLOE (o Ley Celaá).

Desde los muchos ángulos que se puede tratar la corrupción de este sistema, aquí ensayaremos el de las materias o contenidos del mismo. Por un lado, los contenidos se fracturan por los quicios de las Autonomías (o Autonosuyas, cada vez más desquiciadas y a lo suyo, aunque diga misa el Tribunal Supremo). Por otro lado, desaparecida la evaluación extraordinaria en junio y/o los exámenes de septiembre, y a la vista de los criterios de promoción y titulación (se evalúa por competencias, que es la forma de ocultar la incompetencia del alumno en las materias, ya que se pueden suspender estas en un número cualquiera y pasar de curso o titular), no es que el conocimiento, los contenidos, importen cada vez menos, es que empiezan a no tener valor alguno. O, tal vez, no tener otro valor que el formar una opiácea moral de rebaño -recordemos el sentido que Marx y Nietzsche dan a estos términos respectivamente- con la que tener una grey fácilmente pastoreable. Dado que algunas asignaturas amenazan con trocarse en Pastorales del Régimen de Turno con sus Dogmas a pleno rendimiento; un régimen que te dice lo que tienes que recordar, qué pensar, cómo te has de expresar... a fin de que dicho régimen se garantice su reproducción en un buen estado ideológico de salud.

Esta situación de decadencia nos recuerda a la que tuvo lugar en Roma con Caracalla. Para hacer frente a los gastos, decidió devaluar la moneda, el denario, que era de plata pura, maleándola con otros metales menos valiosos. De forma que se podía tener más monedas en el bolsillo y ser en apariencia más rico, pero en realidad más pobre; vamos, una manera de engañar no solo a los hombres pobres sino también a los pobres hombres, dos conjuntos de individuos (no sé cuál de ellos inspira más compasión) que empiezan intersectándose y terminan identificándose si no se pone remedio a la situación.

Pues bien, de la misma manera que el BCE imprime billetes, el Ministerio de Educación imprime títulos. Unos títulos que cada vez valen menos porque las materias que los conforman se van envileciendo cada vez más. Entonces, al más puro estilo Woddy Allen, en Toma el dinero y corre, parece que se tratara de que el alumno obtenga un título y eche a correr. Pero, ¿hacia dónde si el título vale cada vez menos, es decir, si el alumno tiene cada vez las piernas más cortas? ¡Hacia donde sea, pero que corra!, que da sensación de movimiento, de progreso. En caso, eso sí, de que se entienda por progreso huir adelante, seguir cavando el hoyo como estrategia para salir de él, o, mejor aún, desbandada generalizada en todas las direcciones.

Sucede, además, que la desbandada puede afectar al profesorado, pues por ley es el encargado (¿colaboracionista?) de engrasar la maquinaria de titular, ya que, ante el alumno suspenso, tiene el poder de dar el visto bueno para que siga adelante; un poder que en apariencia le da autoridad, pero en realidad se la quita. Lo que se conoce vulgarmente como barrer los suspensos debajo de la alfombra. Hacer el trabajo sucio. Una función, por tanto, que queda lejos del ideal platónico de justicia o buen orden, consistente en que cada parte de la sociedad cumpla su función de forma virtuosa, realizando un buen servicio público.

Cuando las instituciones en general y las educativas en particular se corrompen a tal punto, la sociedad no puede marchar bien. Siguiendo a Aristóteles, interpretamos que una democracia degenera en demagogia (lo que, mutatis mutandis, se conoce hoy día por populismo) con la degeneración de la clase media que la sostiene en dos aspectos fundamentales: en lo económico y en lo académico. Una sociedad cada vez más pobre económica y académicamente es una sociedad pasto de demagogos y de hambrunas de distinta índole.

Es sabido que en el frontispicio de la Academia de Platón se leía: “No entre nadie que no sepa geometría”. Nos recuerda Diógenes Laercio una anécdota para bruñir el lema: “Jenócrates quería estudiar con él sin saber ni música ni geometría ni astronomía, y Platón le dijo: ‘Vete, pues no tienes los asideros de la filosofía’”. Parece que nuestro fatal destino es el de colgar una pancarta de los institutos en la que se lea el siguiente epitafio inspirativo: “Nadie salga de aquí sabiendo geometría”.

Sé que hay adolescentes cavernícolas dulcemente encadenados atiborrados de sombras (léase el mito de la caverna) y adultos obsolescentes que me dirán: pero si en internet está todo, ¿para qué estudiar, para qué enseñar y aprender en las instituciones creadas con tal fin? Pero, como en su mayoría, no se dan cuenta de que habitan desnudos e inermes debajo de la alfombra, y no pueden darse cuenta de que internet es una selva, no se percatan de que están condenados a ganarse la vida vendiendo alfombras en la selva. Aciago destino individual. A no ser que quieran vivir gracias al sudor del de enfrente, solicitando o arrebatando alguna subvención, subsidio o paguita a modo de sopa boba. Una sociedad que aspira a nutrirse de la sopa boba es una sociedad de bobos (listillos, los llaman algunos); que, por indigna, se entrega a los demagogos; y, por indigna, responsable y merecedora de lo que puedan hacer con ella. Aciago destino colectivo.