Sr. Director:
Por las declaraciones que suele lanzar, las iniciativas políticas que acomete y la vehemencia que pone, Irene Montero parece una mujer extraña.
Como extraña es la España en la que se supone ha vivido y de la que se habría escapado a través de algún misterioso resorte en el túnel del tiempo. Una España de tan rancio cliché que apenas tiene nada que ver, no ya con la de hace veinte años, sino incluso con la de finales de los setenta del pasado siglo. Para entender esta anomalía hay quien considera que a lo peor Irene ha padecido un terrible entorno vital de frágiles mujeres desgraciadas y despreciables hombres sin alma.
Pero sea lo que fuere, hay que ser muy fan de Irene, muy ignorante o muy joven (o quizá todo a la vez) para creerse las cosas que suelta con tan aparente convicción.
Y es que posiblemente sea la necesidad de este crédulo público receptor, lo que explica el interés de Irene y su troupe por reescribir la historia manteniendo en la ignorancia supina a nuestra juventud desde su más tierna infancia escolar; así como por hacer de los jóvenes el objetivo preferente de sus mensajes y exhortaciones, reclamando la rebaja de la edad electoral a los 16 años.
«Sola y borracha quiero llegar a casa... tras haber abortado», podría ser la nueva consigna de esta delirante heroína del progresismo feminista. Pobre Irene.