Cartas al director
Tan humano el alma como el cuerpo
Sr. Director:
La muerte de una persona próxima, con la que hemos vivido situaciones y momentos entrañables, es una realidad dolorosa y que nos remueve.
"Eso que les ocurre a otros" -la muerte- puede ser un hecho que agudice interrogantes capitales como: la subsistencia del alma, su inmortalidad y su destino; y que, a veces, lo expresamos sintéticamente, con un "descanse en paz" o "Dios acoja su alma".
En la historia del pensamiento y en las culturas, encontramos explicaciones diversas sobre la inmortalidad: desde la subsistencia, por ser espiritual, a su negación por disolución con el cuerpo.
Puede ayudarnos en este intento de búsqueda y explicación, el realismo de que el ser humano, lo es por un principio de vida que informa el cuerpo y con el que forma una unidad: el ser personal. Es tan humano el alma como el cuerpo.
Mas, ¿por qué subsiste el alma separada del cuerpo tras la muerte? Interrogante al que se suele responder por ser espiritual y simple; naturaleza del alma humana que se intuye al constatar las manifestaciones del pensamiento y de búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza, del orden moral, de la libertad, de la tendencia a la felicidad. Otros razonamientos, afirman su necesidad por la exigencia de una justicia por el bien o por el mal realizados y no reconocidos en esta vida.
Llegados a estos atisbos, es necesario abrir nuestro horizonte a la luz de la Revelación y a la Fe sobrenatural. Desde el creacionismo, el ser humano recibe el alma por un acto creador de Dios. Los crea hombre y mujer para ser felices buscando y amando a Dios. Planes que fueron truncados por el pecado original, y, con él, sus consecuencias, entre ellas la muerte.
Mas, la misericordia de Dios, que descubrimos en la historia de la salvación, sale al encuentro del hombre, culminando con la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo, que, asumiendo la naturaleza humana, hace posible la elevación a la participación en la vida divina. Cristo «asumió la muerte en un acto de sometimiento total y libre a la Voluntad de Dios». Con su obediencia venció la muerte y ganó la resurrección para la humanidad. Esperanza que San Agustín, en Las Confesiones, lo expresó así: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
José Arnal
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