Sr. Director:
Y de progresos tecnológicos increíbles en otros tiempos, que se suceden de forma imparable. Esto nos introduce de hecho, en cambios insospechados de formas de vida que afectan tanto a hábitos y costumbres, como a la intimidad de las conductas.
Cambios que afectan al habitat, con agrupamientos humanos en los núcleos más civilizados, las grandes ciudades, con grandes recursos y más atractivos, pero, que tienen el inconveniente de vivir sometidos a un continuo movimiento, siempre apresurados, sin tiempo para encontrarnos con nosotros mismos, con la familia, con los amigos etc. En cierto modo nos aísla y roba intimidad, alegría y paz.
Y quien dice paz, dice tranquilidad. Pero, no toda tranquilidad lleva a la paz, porque, quienes no hacen nada, quienes no cumplen en su trabajo, quienes atentan contra el bien común, quienes roban la inocencia de los niños, etc. etc. dicen paz, paz, pero no la encuentran para sí mismos, porque tienen como encallecidas sus conciencias y son ya insensibles.
No hay mayor miseria, que la de ser miserables, sin ni siquiera sospecharlo (Libermann). Y San Agustín dice que: la verdadera paz es la tranquilidad del orden que supone ausencia de agitación y plena confianza en el bien que se desea.
Estas circunstancias nos deben llevar a pensar un poco en nosotros mismos, porque somos seres espirituales, con inteligencia, voluntad y libre albedrío, lo que quiere decir que somos responsables de nuestros actos, que nunca son indiferentes, ya que serán merecedores de premio o castigo a su tiempo.
Hoy a todos es asequible el acceso a la Cultura, para desenvolverse en el negocio de la vida, pero ¿hay negocio más importante que el de la vida eterna?
Sin olvidar que la actividad de cada uno en este mundo es la más adecuada, no solo para adquirir el fin temporal que cada uno se propone, sino el medio más idóneo para alcanzar, a la vez, el fin eterno al que estamos destinados, como hijos de Dios.
Antonio de Pedro Marquina