Sr. Director:
Siempre hay alguien que, entre la nostalgia y la desilusión, dice aquello de “yo voté a Ciudadanos” y esa desilusión y esa nostalgia son lo peor que le puede ocurrir a un partido político.
Una formación que llegó con demasiadas ambiciones, y que se vio sorprendida por la victoria en Cataluña, está siendo una de las más llamativas frustraciones que se han vivido en los últimos tiempos en la política española. Ciudadanos va de mal en peor y su incidencia en la vida nacional ha sido más bien escasa, por mucho que quieran vender sus logros en el forcejeo con los socialistas.
Que no se engañen los dirigentes -los que van quedando- porque lo único que han conseguido, lo único tangible que pueden exhibir, son los gobiernos de coalición en Madrid y en Andalucía
En un declive que parece incapaz de frenar el cambio de líder y con una sangría humana como se ha visto pocas veces, son muy significativos los desplantes de Aguado en Madrid, significativos porque demuestran la falta de rumbo de un partido que simultáneamente puede estar con unos y con otros. Y esa es la gran equivocación de Ciudadanos.
Un partido de centro, un partido bisagra, no tiene nada que ver con un partido que pueda pactar a derechas e izquierdas sin poner a contribución una carga ideológica y debe de ser el centro capaz de entenderse con unos y con otros. Apoyar a gobiernos en minoría, pasa necesariamente por una inequívoca definición ideológica que es, precisamente, la que debe informar su contribución y desde esa clara ideología, es desde dónde se incide en la gobernación, pero no adaptándose a la derecha o a la izquierda, sino siendo capaz de influir en la derecha o en la izquierda con sus propias ideas.