Para nuestro mal inmediato y por nuestro bien futuro, esperemos que el BCE siga aumentando el precio del dinero y lo mantenga en el área del 5%. Y es que en la reunión del G-20 ha surgido la preocupación por el imparable crecimiento de la deuda pública en todo el mundo. Hablamos de que cada vez son más los países que, según los termómetros clásicos, pueden verse en serias dificultades para pagar su deuda pública.
Esto sólo puede solucionarse de una forma: que los políticos dejen de ser tan manirrotos y reduzcan sus emisiones, lo que implicará una reducción previa del gasto público -medida siempre impopular aunque muy necesaria- o un jubileo de deuda y poner el contador a cero. Pero esto supone un agravio corparativo de tan enormes proporciones que jamás se ha conseguido. Las crisis de deuda suelen terminar a lo FMI: miseria para el prestatario y embargos para el prestamista. Hablamos de países y de mercados, pero sus crisis siempre acaban pagándolas las personas.