La caradura del personaje llamado Pedro Sánchez debería pasar a los libros de historia. Ya ni esconde que sus aliados son la banda de los cuatro: 'Puchi', Rufián, Otegui y Ortúzar. Pero, al mismo tiempo, toda su estrategia electoral -y no le dio mal resultado- para el 23-J consistió en achacar al melifluo Feijóo su alianza con los ultras de Vox. Dime de qué acusas y te diré de qué adoleces. Acusan de aliarse con los ultras y tú haces gala de que vas a "seguir avanzando" con un prófugo, un venenoso, un terrorista y nacionalista ensoberbecido hasta el ridículo, que ahora rige el PNV ("Partido para no vivir", que definiera Alfonso Guerra).
Ahora bien, no se engañen: la treta de Sánchez funciona: casi 8 millones de españoles la han votado y con su voto le han permitido crear el caos actual. Así que resisto, insisto y persisto: el problema no es Sánchez, el problema de fondo son los españoles, que son los que le han respaldado. El poder en España ha degenerado, pero el pueblo también.
En serio, ¿De verdad alguien se puede crear que el problema de España es Vox? Pues, al parecer, hay muchos que así piensan.
Es más, ¿de verdad alguien se puede creer que Vox tiene algo que ver con la ultraderecha alemana o francesa, ambas paganas? Vox no es un partido ultra: es un partido cristiano, el único partido cristiano que queda en España. Y no muy buen cristiano como hemos repetido en Hispanidad pero al menos se apoya en principios católicos, en especial en los cuatro principios no negociables: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común.
La pregunta es: ¿España se ha vuelto de izquierdas o se ha vuelto tonti-progre?