El disgusto se ha popularizado con tanta polarización política que tras haber traspasado todas las líneas rojas parece haberse normalizado en la nueva etapa de degeneración democrática.

El disgusto de los españoles va de sesión continua. Parece que nos hemos resignado a la corrupción en tiempos de Franco, de la transición democrática y ahora también de la regeneración democrática en la cínica era de Sánchez, por no mencionar los excesos anteriores del PP. No sólo se han traspasado hoy en día todas las líneas rojas defendidas poco tiempo atrás, es que se han normalizado en una etapa más bien de degeneración democrática. Lo grave es que el hastío se propaga como el gas y nos tiene anestesiados a tenor del escaso nivel de respuesta social.

No tiene sentido enumerar los infinitos escándalos, corrupciones y saqueos al erario público en la España que iba a acabar con tal despropósito. Porque ya afecta a (casi) todas las instituciones públicas, órganos de contrapeso, medios y entes de la vida pública con sus múltiples actores cabalgando entre la condena penal y la ética. Nunca antes se había recaudado tanto de hacienda y se habían recibido tantos fondos multimillonarios de Europa pero sin embargo a pesar de todo no llegan las reformas pendientes desde hace décadas ni llegamos a fin de mes porque hay toda una casta y estructuras hirudíneas (sanguijuelas en tono coloquial) que se lo llevan crudo aunque haya quienes aún les defienden. 

Y no estoy hablando sólo de la corrupción más vulgar: robar y salir indemne, impune y amnistiado con cualquier excusa para una clase que no sirve a la res pública sino que se aprovecha de la misma, sea desde el punto de vista penal, moral o ético que todo cuenta y no cuando interesa.

Ahora admitimos que los terroristas herederos de ETA (Bildu) que pactan con el gobierno social-comunista celebren prohibir el uso de pelotas de goma cuando ellos empleaban la goma-2 y el parabellum. Que la prioridad de la política exterior española sea conseguir que el catalán sea idioma oficial de una región en la UE dice mucho en un pase de cine mudo. Que los indepes sin arrepentir y “lo volverían a hacer” consigan todo del poder del Estado duele por las cesiones de un okupa avalista en Moncloa que se aferra al palacio presidencialista, porque la Zarzuela ya tiene inquilino. 

O que se viertan ríos de tinta contra una vedette y su hijo y no contra el Emérito por sus reiterados desahogos sexuales a cargo del erario bajo secreto de Estado para ocultar los presuntos delitos de cierta familia, partido y gobierno, al tiempo que se encubre la nula ética y moral de los vendedores de patria. Que sea la prensa extranjera (o en escasísimas ocasiones la prensa republicana del fuet y el porrón, con ciertas reminiscencias fálicas que deberían hacérselo mirar), quienes destapen los escándalos de la realeza, no sólo ponen los cuernos de punta por tanto consentimiento histórico  sino porque también seguimos tolerando la carencia de crítica en la actualidad. Callar es consentir, señores y señoras. En cualquier democracia occidental se habría exigido más ejemplaridad en el respeto de las leyes y menos decorosidad plebeya cuando a miles de españoles se les sanciona por muchísimo menos sin tantos miramientos.

Entiendan el disgusto sumiso, derrotado, inmunizado, subyugado, avasallado y apático de la sociedad impropio en una democracia pero afín a una pornodemocracia. Porque al final también va de la pornografia del saqueo, del embuste, del trapicheo, de aprobar leyes afines a delincuentes, de reiterados errores judiciales en causas que benefician siempre a los mismos, del indulto y la amnistía a los mayores golfos del reino, del consentimiento y que encima haya público aplaudiendo en las gradas a la señal dada detrás de unas cámaras de TV. 

En los mercadillos ya no se hacen ciertas preguntas porque llevan años sin respuestas: si abusan los poderosos, ¿dónde está el contrapoder que debería velar contra los abusos? Los poderes (osea la democracia) no funcionan en plena polarización cuando aún siguen pendientes causas de hace más de 10 años sin abrirse juicio oral, se sobornan al resto de las autoridades para camuflar  el “Y tú más”, y se compran relatos a conveniencia mientras se niega el desastre. Churchill decía: “la política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”. El disgusto, muerto varias veces, pervive inmoralizado entre los españoles borbónicos y republicanos como un sentimiento más. 


Estamos en permanente guerra contra la corrupción (del pasado, del presente y el futuro), pero también contra el consentimiento generalizado aunque los benefactores disfracen el relato al tiempo que justifican los cambios de opinión por un sentido de la idoneidad. El autor de “La moral inmoral” sostiene que es iluso esperar un cambio ético con la alternancia ideológica en el poder, porque lo empleará el bipartidismo o multipartidismo con los mismos fines en una sociedad que se deja hacer de todo, hasta que no demos con otra moral que funcione como para defendernos de los ataques a los Conquistadores en el Nuevo Mundo. Confiamos en los Reyes Magos de Europa, pero Europa ya no se viste por los pies y al paso que vamos dejaremos de usar falda y pantalón para sustituirlos pronto por atuendos nazaríes.