Su hermano Moncho, ya fallecido, por conducto interpuesto, me amenazaba con querellas. Oiga, y menos mal que hubo un directivo bancario sincero (sí, los hay, no sean maximalistas) que accedió a proporcionarme pruebas ratificando que mis críticas lanzadas contra los negocios de la familia Rato en mis artículos de Hispanidad eran ciertas. De otra forma, podría haber tenido un serio problema. No albergo, por tanto, ninguna razón personal para aplaudir a Rodrigo Rato.
Es más, durante su etapa pública no dedicó especial simpatía personal a mi quehacer de periodista. Por último, incluso entró en el juego de los poderosos, a los que tanto agrada buscar para quién trabajan los periodistas. Rato estaba convencido que yo trabajaba ¡para Mario Conde!, con quien acabé a bofetada limpia... como no podía ser de otra forma. Por cierto, insisto en la similitud ente Mario Conde y Pedro Sánchez: ambos son hombres con una gran virtud, la audacia... no acompañada de ninguna otra.
Cuando Aznar eligió a Rajoy como sucesor hizo un gran mal. A rato le cogieron en renuncios, ahora exagerados 'ad nauseam'- a Rajoy no le cogerán nunca: ¿cómo prender a un estafermo?
Vamos, que don Rodrigo no era ni es santo de mi devoción. Ahora bien, lo de la Fiscalía Anticorrupción (conocida como Fiscalía procorrupción en el mundillo judicial) o los dicterios anti-Rato, de la miserable de Yolanda Díaz, haciendo leña del árbol caído, convicto Rodrigo Rato, al que utiliza como baza política para defender sus salvajadas, me saca de quicio.
Rato tenía una virtud que experimentaron los que con él trabajaron: no era un tío que hiciera putadas, todo lo contrario, defendía a sus ayudantes, ni era un tipo que careciera de principios. Ambicioso sí, de dinero y de poder, pero un bicho como el que ahora están retratando los medios, ni de broma.
Sinceramente, no soporto la caza del hombre propia de nuestros días, ya sea el acusado inocente o culpable. Los políticos siempre emplean a los tribunales como verdugos de sus adversarios y lo peor es que los periodistas les seguimos la rueda
Hasta donde he podido analizar las acusaciones contra él (empieza su tercer juicio y la Fiscalía exige 70 años de cárcel -cuando ya ha estado en prisión por dos causas anteriores-) creo que Rodrigo Rato se ha convertido en el blanco del poder y ya se ha establecido como norma de actuación que toda acusación sirve contra él. Naturalmente, le han abandonado los propios y los extraños, el Gobierno le insulta y en sus partido nadie le defiende. Y sinceramente, las acusaciones contra el exvicepresidente son las habituales cuando se pretende destrozar a un poderoso y, una vez que ya no es poderoso, acabar con su imagen y justificar la inquina del compañero o antiguo amigo, la peor de todas. Acusaciones como falsedad documental y blanqueo de dinero que pueden aplicarse tanto a un inocente como a un culpable.
Rato tampoco era era un soberbio sino un asturiano fantasmilla. Es sabido que en mi Asturias del alma tenemos fantasmas para llenar todos los castillos de Escocia pero no tenía las marcas de orgullo, que son la susceptibilidad (bueno, ésta un poco sí, porque tenía vocación política) y el resentimiento, el mayor veneno del alma humana. Es más, su defensa de su caso en una entrevista reciente, me pareció estupenda: su mente no está tocada y continua luchando, Perderá, pero con honra.
Hablo de soberbia porque el caso de Rodrigo Rato se parece no poco al de su tocayo, don Rodrigo Calderón:
"Tiene más orgullo que Don Rodrigo en la horca". El ministro de Felipe III fue ahorcado en la actual Plaza Mayor de Madrid, en 1621. Recuerden que el valido del Duque de Lerma se convirtió en el objetivo de la justicia, más que nada para desviar la iras populares sobre su protector, el Duque de Lerma. Eso no significa que fuera inocente. Sometido a tormento, método al parecer eficaz -si bien moralmente reprobable, igual que debería serlo el tormento actual sobre el honor de los acusados- para que el delincuente confesara lo que había hecho, incluso lo que no había hecho, don Rodrigo Calderón confesó que había ordenado la muerte de un soldado pero rechazó hasta el final la acusación de brujería. Homicida sí, satánico no. Pero, en cualquier caso, condenado por el poder político, el poder judicial que cuando le conviene aplica las leyes y cuando conviene las interpreta, y el poder de la opinión pública. En cualquier caso, Rodrigo Calderón era mucho más orgulloso que Rodrigo Rato, y Rodrigo Rato no ha ordenado matar a nadie. Hablando de muerte, menos mal que ya no hay pena capital pero continúa la pena de muerte civil. Aquella fue la de Rodrigo Calderón, está es la de Rodrigo Rato. Y si el condenado fue poderoso... entonces nos encanta matarle civilmente.
Al revés que Rodrigo Calderón, Rodrigo Rato no ha ordenado matar a nadie. Menos mal que ya no hay pena de muerte pero continúa la pena de muerte civil. Y si el condenado fue poderoso, entonces nos encanta matarle civilmente... y si fuera posible rematarle
En resumen, la justicia humana siempre resulta injusta. Creo mi deber anunciar que conozco a Rodrigo Rato y no identifico su persona con su sumario. Y es que todos los retratos judiciales son falsos y las sentencias se acomodan a lo políticamente correcto: ¡Tengas juicios y los ganes!, asegura la maldición gitana, pueblo sabio, experto en estas lides.
Sinceramente, no soporto la caza del hombre, propia de nuestros días, sea el acusado inocente o culpable. Los políticos siempre emplean a los tribunales como verdugos de sus adversarios y lo peor es que los periodistas les seguimos la rueda a políticos y jurisconsultos.
Para mí que este artículo no me va a traer muchos amigos.