- Dios existe pero no se preocupa de mí.
- Por tanto, la verdad tampoco existe.
- Y la belleza y la fealdad son dos elementos subjetivos.
- 100 años después de Fátima, la hora de elegir entre el bien y el mal ha llegado.
- No es posible posponerlo.
Decíamos ayer, que
la etapa final de la modernidad se abre con la financiación por parte de los banqueros capitalistas de la
revolución soviética, bajo la égida global de la masonería
y su estrategia habitual: por el caos hacia el orden… hasta su orden. Y es que 100 años de era moderna han dado para mucho. En ese lapso,
los católicos han vivido a la defensiva, ante la mayor arremetida del Príncipe de este mundo contra el
Cuerpo Místico de Cristo. Al menos, que yo recuerde.
Y
un día antes recordábamos que los males de la Iglesia actual ante la arremetida estaban más dentro que fuera y que
convendría mejorar la fidelidad de los sacerdotes y de las almas consagradas a su ministerio, a la eucaristía, a la humildad, a la pobreza y la castidad. Sí, no se engañen: aumentan los curas con barragana.
Ahora la herejía modernista puede resumirse de esta guisa:
Dios existe pero no se preocupa de mí.
Por tanto, aquí
entra el relativismo, la verdad tampoco existe. Soy yo el que
debo marcar mis propias normas morales.
Y la belleza y la fealdad son dos elementos subjetivos.
Todo esto
debilita mucho al ser humano, tanto en su felicidad como en su pensamiento.
El genio de
Chesterton definía de esta forma el modernismo, precisamente en 1907, unos
10 años antes de las apariciones de Fátima: "
Cuando somos muy jóvenes, vigorosos y humanos creemos en las cosas; sólo cuando estamos viejos y agotados es cuando creemos en el aspecto de las cosas. Ver algo en su aspecto es estar lisiado, ser defectuoso. Un hombre íntegro y sano comprende una cosa llamada barco; la comprende simultáneamente desde todos los ángulos y con todos los sentidos. Uno de sus sentidos le dice que el barco es alto o blanco; otro, que está moviéndose o permanece quieto; otro, que lucha con olas encrespadas y estrepitosas; otro, que está rodeado e impregnado del olor del mar. Pero un sordo sabría que el barco se mueve por el paso de los objetos. Un ciego sólo sabría que el barco se mueve por el ruido del agua arremolinada. Un sordo y ciego sólo sabría que el barco estaba moviéndose al sentirse mareado. Esto es lo que se denomina 'impresionismo', esa cosa tan típicamente moderna".
Para eso descendió
Santa María a Fátima, para preparar la etapa en que la
gelatina modernista, verdadero obstáculo para la rehabilitación del hombre redimido, se convirtiera en algo sólido, a partir del cual volver a empezar. Todavía no lo hemos conseguido pero
el recipiente está lleno y la hora de elegir entre el bien y el mal ha llegado. No es posible posponerlo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com