La modernidad llega al trono tras la I Guerra Mundial, cuando el hombre, enloquecido por la ciencia empírica, pretende explicarse a sí mismo, prescindiendo de Dios. Pero el hombre no puede dar razón de su existencia. Por eso, la modernidad es un proyecto frustrado porque ha prescindido de Cristo. Y prescindir de Cristo no es mala religión, es mala filosofía.
Y así, la modernidad se empeña en elegirlo todo cuando ni tan siquiera se le ha permitido al hombre elegir si venía a este mundo, ni cuándo, ni cómo, ni dónde, ni en qué condiciones.
La modernidad es la historia de una frustración: abandonémosla.