• Porque el amor -la misericordia- o crece o mengua.
  • Ahora bien, el perdón es una vía de dos carriles: se necesita un deudor arrepentido y un acreedor perdonador.
  • Lo dice Francisco: "Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno".
  • Pero percibo más orgullosos empeñados en que cambie la doctrina, no ellos.
  • El Pontificado de Francisco consiste en salvar lo salvable antes de la Nueva Jerusalén.
  • Por eso no le entendemos.
Decíamos anteayer que la Iglesia actual vive entre la confusión y la desolación pero con una esperanza firme, definitiva, en la victoria final. Y decíamos ayer que ni el Sínodo de los obispos (que sí, que ha sido un desastre) ha cambiado la doctrina ni el Papa Francisco lo pretende. La madre de todos los distingos radica en esto: la verdad es inmutable. Es más, la verdad, o es verdad absoluta y permanente o no es verdad en modo alguno. Pero el bien, es decir, el amor, lo que ahora llamamos misericordia, no sólo sí es graduable sino que, además, o crece o mengua. Al final, volvemos al agustiniano odiar al pecado pero amar al pecador. Esa es la cuestión teológica de la Amoris Laetitia y del mundo actual. Dice Amoris Laetitia que la misericordia es "inmerecida, incondicional y gratuita". Y esto es una verdad como un templo. Y también dice que "nadie puede ser condenado para siempre" y a ver quién es el guapo que se atreve a negarlo. Ahora bien, el asunto es el de siempre: el perdón es una vía de dos carriles: se necesita un deudor arrepentido y un acreedor perdonador. Si falta alguna de las dos, por ejemplo la primera, no hay nada que hacer. Y lo malo es que en mi círculo de relaciones he visto más veces al soberbio, que asegura que no se arrepiente de nada, que al divorciado y vuelto a casar, por ejemplo, que añora la comunión de la Iglesia y estaría dispuesto hacer lo que hiciera falta por recuperarla. En plata, la mayoría de las veces la solución consiste en vivir como hermano y hermana. Vivirlo o intentarlo. Ojo, la doctrina no ha cambiado. Incluso, en palabras interesadamente ignoradas, el Papa Francisco recuerda lo siguiente: "Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano". Entre otras cosas: que no se puede comulgar en pecado mortal. Eso no sería misericordia para con el hombre sino un espantoso sacrilegio para con Dios. No sólo eso. Amoris Laetitia llama en su auxilio al Juan Pablo II el Grande. "En esta línea, san Juan Pablo II proponía la llamada «ley de gradualidad» con la conciencia de que el ser humano «conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento»". ¿Estará utilizando Bergoglio a Wojtyja para justificarse? En absoluto. Él mismo añade: "No es una «gradualidad de la ley», sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley". Traducido: la ley no cambia. La ley es que no se puede acceder al gran regalo de Dios a los hombres, la Eucaristía. El cielo en la tierra, en pecado grave, sin vida sobrenatural, muertos a la gracia. Ahora bien, la misericordia de Dios utiliza hasta el menor atisbo hacia el bien para salvar al pecador. Y nosotros debemos imitarle en eso. Al final, el ejemplo de este matrimonio, que relata Religión en Libertad: dos divorciados casados por lo civil… que decidieron vivir en castidad, como hermano y hermana. Lo ven, tampoco es tan difícil. Porque la norma es muy sencilla, se resume así: amarse no es copular. Y con todo esto, ¿es un error Amoris Laetitia? No. No lo es. Lo que dice es conforme al Magisterio y la tradición de la Iglesia, incluyendo párrafos realmente dignos de ser repetidos. Lo que ha sido un error, tremendo, ha sido el Sínodo de la Familia, instrumento de confusión hasta puntos increíbles. Simplemente, el Papa Francisco ha ido en busca de la oveja perdida y ha llegado hasta el límite del abismo. ¿Llegar a ese límite, puede provocar confusión? Sí, puede provocarla, pero se trata de que no la provoque. Se trata de conciliar el amor al hombre con el gran regalo de Cristo, la Eucaristía. Si lo quieren traducido: nadie puede comulgar en pecado mortal pero hay que llegar al borde del mismo precipicio para salvar todo lo salvable. Y la fórmula es "integrar la fragilidad" que no el orgullo. Dicho todo esto. ¿A mí me gusta Amoris Laetitia? No, porque como tantos otros textos de Francisco parecen enfatizar la excepción hasta el punto de difuminar la regla. Pero comprendo, ahora comprendo, no antes, que es el signo de los tiempos, el que nos ha tocado vivir y le ha tocado a Francisco. Quizás por ello, este Papa resulta tan incomprendido por los ortodoxos: su Pontificado consiste en salvar lo salvable antes de la Nueva Jerusalén. Eulogio López eulogio@hispanidad.com