- Kowalska, maestra de espiritualidad de Juan Pablo II, que fue beatificado en la Fiesta de la Divina Misericordia, mantiene una curiosa paradoja.
- La idea madre de la carta juanpaulina es que el sacerdote es padre.
- Lo cierto es que fue en el Pontificado polaco cuando se detuvo la sangría en los seminarios.
Prepararás al mundo para mi última venida. Punto 1.308 del Diario de Santa Faustina: "-Jesús he notado como si te ocuparas menos de mí. -Sí, Hija mía me escondo detrás de tu director espiritual; él se ocupa de ti según Mi voluntad, respeta cada palabra suya como si fuera mía propia; él es el velo detrás del cual me escondo. Tu director espiritual y yo somos uno, sus palabras son palabras mías". Kowalska, maestra de espiritualidad de Juan Pablo II, que fue beatificado en la Fiesta de la Divina Misericordia, mantiene una curiosa paradoja. En sus revelaciones, Cristo insiste en que obedezca al confesor y que si se produjera contradicción entre la revelación y la confesión, ¡obedezca al director espiritual! Y así lo hizo, a pesar de que la polaca Faustina tenía muchas razones para desconfiar de los sacerdotes, a cuyas menos sufrió lo indecible y que, con dos excepciones, le comprendieron bien poco. No sólo eso. En los estatutos de la nueva congregación por ella fundada, Faustina remite las cuestiones de conciencia al confesionario. Su divisa puede resumirse así: toda la autoridad para la abadesa en materia de Gobierno pero ninguna en materia de dirección espiritual. Es más, asegura que la directora no puede entrar en la conciencia de las religiosas. Cuando, años después, Juan Pablo II llega al Vaticano se le entrega un balance sobre sacerdotes secularizados. Pablo VI había firmado 32.000 ediciones de otros tantos clérigos deseosos de colgar la sotana. Fue uno de sus primeros documentos: la carta de Jueves Santo a los sacerdotes, a unos clérigos desanimados, muchos de los cuales habían intentado buscar nuevos "valores" y se habían dado cuenta de que su grey no busca ni gestores de ONG ni organizadores de la comunidad: busca pastores. Precisamente, la idea madre de la carta juanpaulina es que el sacerdote es padre. Frente a una progresía clerical empeñada en romper el celibato, Wojtyla les dice a los presbíteros que deben ser padres: "Cediendo a los hombres casados la paternidad propiamente dicha, el sacerdote busca otra paternidad, e incluso, en cierto modo otra maternidad, recordando las palabras del apóstol sobre los hijos que engendra con dolor. Son hijos de su espíritu, personas encargadas a su cuidado por el Buen Pastor". Lo cierto es que fue en el Pontificado polaco cuando se detuvo la sangría en los seminarios. Es más, con el siglo XXI se han empezado a recoger los frutos de un presbiteriado que no hace honor a su nombre: más formado y más entregado a su labor de padre espiritual. En el sacerdocio tendrá que afrontar la gran persecución que viene. Mejor, que la está afrontando ya. Y todo lo dicho afecta principalmente al clero secular, más que al regular. Curioso: en toda la historia de la Iglesia han sido las órdenes religiosas las más fieles al magisterio. La mayoría de los problemas de los papas con la clerecía venían del clero secular, más adocenado, más mundano. Pues bien, con Juan Pablo II se invirtieron los términos: consiguió más victorias con los segundos que con los primeros. Aún así, ya durante su estancia en el Vaticano, y ante la imposibilidad de remozar las viejas órdenes, han surgido nuevas congregaciones bajo el sello habitual de la Iglesia: cuanto más exigentes, más pujantes.