Recuerdo cuando velaba mis primeras armas periodísticas en Asturias. Ya entonces se advertía al novato de que el único nombre intocable en la Comunidad no era un político, ni un empresario, ni un editor, sino un sindicalista: José Ángel Fernández Villa.
Así se calificaba, con apellido compuesto, al ‘number one’ de SOMA-UGT, el sindicato minero. El verdadero señor de Hunosa y, si me apuran, de la política energética nacional. Ningún ministro se atrevía a dictar una medida para acabar con el agujero negro nunca mejor dicho, que era la empresa estatal Hunosa.
El mismo correligionario de Villa, un tal Felipe González, decía que iba a visitar al ‘jefe’ cuando acudía a Asturias. Y ahora resulta que José Ángel Fernández Villa acaba su carrera con una condena a tres años de cárcel.
Fernández Villa vivió una época en que el sindicalismo se medía por su poder de influencia política. Fue esa época -y esa razón-, alejada de servicio a los trabajadores, la que le llevó a la ruina. Bueno, a la ruina al sindicalismo obrero, no a Fernández Villa.