Por ahora, son cuatro muertos en Austria y casi 20 heridos. Por ahora, no se ha detenido a mucha gente, se ha abatido un sólo tirador, de 21 años, que, al parecer, no actuó solo. Pero ya sabemos que era un aspirante a unirse al Estado Islámico y como no le dejaron ir a Siria, se inmoló asesinando a quien se topó por la calle.
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Y esto es para reflexionar porque hubo un momento en la guerra de Siria en que Bashar Al Asad, gracias al apoyo de Rusia y los kurdos, tenía cercado, en el norte de Siria, al repugnante Estado islámico, al Daesh y se preparaba para darle el golpe de gracia a un repugnante grupo de asesinos que había extendido el fanatismo islámico hasta Libia y Nigeria.
Y ahí es donde intervino Europa, cada día más ciega, y sobre todo, el turco Recep Erdogan, supuesto amigo de Occidente y miembro de la OTAN, para impedir que Bashar ganara la guerra, un autócrata pero que respetaba la libertad religiosa de los cristianos. Y el Estado Islámico sobrevivió, y con él la barbarie.
Al mismo tiempo, otro atentado provoca 35 muertos en Afganistán y 50 heridos. Las víctimas son cuatro veces más pero importan cuatro veces menos. Y no deberían porque sus asesinos son los mismos: fanáticos islámicos del Daesh o fanáticos islámicos de los talibanes.