De vuelta a la pederastia clerical, llegamos a uno de los llamados puntos sensibles que Benedicto XVI aborda en sus silenciados Apuntes sobre la crisis actual de la Iglesia y la pederastia clerical: denunciar a los curas pedófilos ante la justicia. Algo ya aceptado por eximios clérigos y convertido, según el tópico al uso, casi en doctrina oficial del Vaticano: que la Iglesia está obligada a delatar al cura pedófilo ante los tribunales.
Oiga, denunciar a un criminal es cosa de la Fiscalía o de la víctima, no del compañero del culpable. Y sí, en el caso de que la justicia civil exija colaborar a la Iglesia, se hará. Pero hacer recaer sobe el conjunto de la institución eclesial el castigo a cada uno de sus miembros, sólo provoca más injusticias. Colocar a la Iglesia como apéndice del poder civil no sirve para nada.
Oigamos a Benedicto XVI: “En principio, la Congregación para el Clero es la responsable de lidiar con crímenes cometidos por sacerdotes, pero dado que el garantismo dominó largamente la situación, en ese entonces estuve de acuerdo con el Papa Juan Pablo II en que era adecuado asignar estas ofensas a la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo el título de "Delicta maiora contra fidem". Esto hizo posible imponer la pena máxima, es decir la expulsión del estado clerical, que no se habría podido imponer bajo otras previsiones legales. Esto no fue un truco para imponer la máxima pena, sino una consecuencia de la importancia de la fe para la Iglesia. De hecho, es importante ver que tal inconducta de los clérigos al final daña la fe”.
Hacer recaer sobe el conjunto de la institución eclesial el castigo a cada uno de sus miembros, sólo provoca más injusticias
Es decir, que la Iglesia optaba por la mayor pena que puede adoptar: expulsar de su seno a los miserables curas pederastas. Pero pedirle que practique la delación con la policía quizá sea demasiado. Para eso están las víctimas que denuncian y los tribunales que actúan. ¿Se le exige a la dirección de un partido político que delate a un afiliado que defrauda a Hacienda? ¿Y a un padre que denuncie a su hijo? Pues imagínense en la vida eclesial donde la delación es lo opuesto a la confesión.
Pero vayamos al fondo de la cuestión: ¿Por qué la pederastia ha alcanzado el espantoso nivel que ha alcanzado? Es la misma pregunta que se plantea Benedicto XVI y se responde… de forma bien distinta a la que responden otros jerarcas eclesiásticos: “¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? A final de cuentas, la razón, dice Benedicto XVI, es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico”. ¡Ay amigo!
“Este es mi cuerpo que será entregado por ti”: así iniciaba un clérigo miserable sus abusos sobre una menor
Aquí es donde Benedicto XVI toca un tema sorprendente. Porque la mayor crisis de la Iglesia, con resultar deprimente y execrable, no es la pedofilia si no la profanación permanente de la Eucaristía. Estas son sus palabras: “Nuestro manejo de la Eucaristía solo puede generar preocupación. El Concilio Vaticano II se centró correctamente en regresar este sacramento de la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo, de la presencia de Su persona, de su Pasión, Muerte y Resurrección, al centro de la vida cristiana y la misma existencia de la Iglesia. En parte esto realmente ha ocurrido y deberíamos estar agradecidos al Señor por ello. Y, sin embargo, prevalece una actitud muy distinta. Lo que predomina no es una nueva reverencia por la presencia de la muerte y resurrección de Cristo, sino una forma de lidiar con Él que destruye la grandeza del Misterio”.
Traducido: que muchos curas no se creen que en las especies sacramentales está el mismísimo Dios, Creador del universo.
Y aquí viene el ejemplo de Ratzinger que, confieso, me ha dejado de piedra: “En conversaciones con víctimas de pedofilia, me hicieron muy consciente de este requisito primero y fundamental. Una joven que había sido acólita me dijo que el capellán, su superior en el servicio del altar, siempre la introducía al abuso sexual que él cometía con estas palabras: ‘Este es mi cuerpo que será entregado por ti’. Es obvio que esta mujer ya no puede escuchar las palabras de la consagración sin experimentar nuevamente la terrible angustia de los abusos. Sí, tenemos que implorar urgentemente al Señor por su perdón, pero antes que nada tenemos que jurar por Él y pedirle que nos enseñe nuevamente a entender la grandeza de Su sufrimiento y Su sacrificio. Y tenemos que hacer todo lo que podamos para proteger del abuso el don de la Santísima Eucaristía”.
La batalla de hoy es, sin lugar a dudas, batalla eucarística y la crisis provocada por esta guerra se pesa en sangre. En otras palabras, estamos en época de martirio, en una iglesia de mártires:“El hoy de la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires y por ello un testimonio del Dios viviente. Si miramos a nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento”.