Este fin de semana la Unión Europea volvió a exigirnos retrasar el reloj una hora. Otro punto de chifladura que todos recordaremos con mucho entusiasmo. No pasaría nada porque nuestra mente se acostumbrará al cambio, como cada seis meses, aunque agradecería el no tener que acostumbrarse ni en primavera ni en otoño. Esto es, agradecería que le dejaran en paz. Pero es lo mismo que pasa con el coronavirus: nuestro cuerpo se está acostumbrando, pero si no hubiera llegado el virus mejor que mejor.
Total, que el Parlamento europeo paralizó una de sus pocas buenas ideas: dejar que la naturaleza imponga su horario.
Cambio de hora, estupidez paneuropea. Y lo malo es que la sociedad está tan abotargada que acepta cualquier estupidez, sin rechistar.