Hablo con un independentista catalán. Buena persona pero que vive con el sueño de una Cataluña independiente. Amigo de Artur Más, en contrato permanente con toda la cúpula nacionalista y relacionado con ella, hasta por vínculos familiares. Llevamos muchos años hablando del entendimiento entre Madrid y Barcelona, así que sobran los argumentos, por sabidos. Le pregunto:
-Si se permitiera un referéndum secesionista, ¿cuál crees que sería el resultado? ¿Ganaríais?
Me mira como si estuviera hablando con un marciano:
-¡Por supuesto que no!
-¿No?
-En el mejor de los casos la independencia conseguiría un tercio de los votos. Y además, tendríamos que callarnos, porque habrían hablado las urnas.
-Entonces, ¿por qué estáis tan pesados con el referéndum?
-¡Por dignidad!
Pienso que la dignidad es a lo que antes llamábamos soberbia pero omito el comentario porque mi interlocutor está disparado:
-Los catalanes somos así.
-Quieres decir, sentimentales.
-Eso es, sentimentales. Queremos un referéndum para perderlo. A nadie le gusta quedarse fuera de Europa en un rincón de Europa. Pero el referéndum es nuestro derecho.
La verdad es que discrepo. Tantas veces la dignidad se disfraza de orgullo y elude a la justicia. En otras palabras, un referéndum secesionista donde sólo voten los catalanes y no el resto de los españoles es injusto de suyo. Me están quitando lo que es mío.
¿Por qué habría de acometer una injusticia? ¿Por dignidad? Eso no me parece dignidad sino el orgullo de una minoría.
Y así nos encontramos con que la digna cabezonada nacionalista empieza a desinflarse. No digo que vaya a pasar de largo, aún durará mucho porque Artur Mas tiene mucho más apoyo popular en sus pretensiones independentistas de lo que presume en Moncloa, pero sí digo que empieza a desinflarse. Eso se nota en que Mas convoca elecciones a ocho meses y 50 embajadas "en unos años".
Pero es curioso a dónde llega ese sentimentalismo: sé que voy a perder pero sigo exigiendo el referéndum.
La maldición del nacionalismo está en su propia esencia: su ideal no es el Estado de Derecho sino el tamaño del Estado. Y otra cosa: una cosa es el sentimentalismo, que afecta a todos los catalanes y otra es el narcisismo en el que han caído los políticos nacionalistas.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com