Wu Huayan, la joven de 24 años cuyo caso dio la vuelta al mundo hace unos meses por padecer una severa desnutrición, falleció, el pasado lunes en un hospital de China.
La joven pesaba poco más de 21 kilos y apenas medía 1,35 metros. Durante los últimos cinco años, Huayan sobrevivía con, aproximadamente, 26 céntimos al día. Tenía dos trabajos y se alimentaba solo de arroz, ya que todo lo que ganaba lo destinaba al cuidado de su hermano pequeño, que tenía una rara enfermedad mental.
Ambos eran huérfanos: la madre de Wu Huayan murió cuando ella tenía 4 años y su padre cuando tenía 18. Actualmente, su tío era quien los acogía.
Huayan, que padecía un grave problema cardíaco necesitaba una operación cuyo coste era de 200.000 yuanes (unos 26.000 euros). La joven, que hizo un llamamiento público: «No quiero morir por ser pobre». La población se movilizó para ayudarla, recaudando hasta 60.000 euros. El gobierno también aportó un fondo para la operación. Sin embargo, toda esta ayuda no llegó a tiempo.
Tras el triste final, el gobierno chino está recibiendo múltiples críticas por no haber prestado a Huayan una ayuda a tiempo.
Historias como esta chocan con el mensaje del fin de la pobreza extrema en China, que dentro del Partido Comunista han repetido hasta la saciedad desde que hace unos meses celebraran los 70 años de la República Popular China. Es cierto que en las últimas tres décadas hay muchos menos pobres. Concretamente, 800 millones menos. Más del 70% de la reducción de la pobreza mundial, eso sí, a base de explotar a sus trabajadores. Un hito histórico que es real… Tan real como la historia de Huayan.
En resumen, el modelo económico chino, definido por el famoso aforismo "un país, dos sistemas" (políticamente comunista y económicamente capitalista) no tiene ni