El -al parecer “imprescindible”- asunto del diálogo social no es más que una farsa que sólo interesa a los tres agentes en liza: empresarios, sindicatos y gobierno. A los dos primeros, para mantener un protagonismo que, en la práctica, han perdido, entre otras cosas porque el tercero ha aprovechado la pelea eterna entre empleadores y empleados para mediar e imponer lo que le viene en gana, según sus intereses políticos.
Pedro Sánchez insiste en que todo se hará mediante el diálogo -palabra cada día más hueca en todas sus acepciones- justo cuando la CEOE -increíble en Garamendi- ha roto la baraja y ha abandonado la mesa del diálogo social si el vicepresidente Iglesias se sale con la suya y se deroga de un plumazo la Reforma laboral de Fátima Báñez, promulgada en 2012.
Veamos: ni la CEOE representa al emprendedor de hoy ni CCOO o UGT a los trabajadores del siglo XXI. El joven actual cree en el despido libre, entre otras cosas porque no acepta trabajar en la misma empresa durante mucho tiempo, y no acepta otro salario que el salario digno. Por su parte, el emprendedor, el creador de puestos de trabajo, no entiende por qué tiene que pagar unas cuotas tan altas desde el mismo día en que empieza a obtener ingresos, por lo que opta por falsos autónomos. Y al empleado tampoco le importa mucho porque lo que quiere es ganarse el sustento y porque sabe que, probablemente, nunca cobre pensión.
Por su parte, con el diálogo social, el Gobierno busca una coartada con un doble objetivo: detener los bolivarianismos de Podemos y que las empresas, sobre todo la automoción, y los turistas no se marchen de España. Lo de la ministra francesa de Medio Ambiente aconsejando a los franceses que no viajen a España por las medidas contradictorias del Gobierno Sánchez ha sido un golpe bajo y duro. Pero lo malo es que tiene razón.