Pedro Sánchez confesó ayer martes, durante su última rueda de prensa, que había pedido ayuda al tirano chino, Xi Jinping, contra el coronavirus. Desde algún retorcido punto de vista, la petición estaba justificada: fueron los chinos quienes nos regalaron el coronavirus así que se supone que alguna experiencia adelantada tienen en el bicho.
Ahora bien, que los chinos se conviertan ahora en nuestros salvadores supone un poco de cara dura… oriental.
Recuerden aquella anécdota del franquismo, cuando la embajada inglesa en Madrid estaba rodeada por manifestantes que gritaban “Gibraltar español”. El ministro de la Gobernación llamó al embajador británico y se ofreció a mandarle más policía para proteger la legación, a lo que el diplomático británico respondió. “No hace falta que me envíe más policías, basta con que me envíe menos falangistas”.
La sospecha de la Administración Trump es que el coronavirus es un invento de guerra bacteriológica china… sobre el que perdieron el control.
Señor Jinping: no hace falta que nos mande médicos y material chinos contra el coronavirus: bastaba con que nos hubiera enviado el coronavirus. No se moleste más.
Eso por no mencionar las insinuaciones de la Administración Trump, donde hay alguno convencido de que el coronavirus es un producto humano, chino, porque la mayor tiranía del mundo nunca ha modificado sus planes de guerra bacteriológica ni sus deseos de vengarse del Occidente colonialista. La tesis norteamericana es que el coronavirus… “se les fue de las manos”.
Y si como ahora pretende Pekín los chinos han descubierto la vacuna contra el coronavirus -más exportaciones para el Régimen comunisto/capitalista- se repite el esquema de las novela de Agatha Christie: al asesino, el veneno le produjo el mismo efecto que a la víctimas pero él era el único que conocía el antídoto.
Todo esto, claro está, resulta indemostrable, como tantas veces ocurre con la verdad. Dejémoslo en sospecha: de la Casa Blanca y de este humilde servidor.