El domingo 19, la Iglesia celebra el Domingo de la Divina Misericordia. Decíamos ayer que lo lógico es aprovechar esta jornada para confesar y comulgar.
Recuerden: el Gobierno no ha prohibido ni la apertura de templos ni la celebración de eucaristías pero, de hecho, está interrumpiendo las misas y cebándose con los feligreses, no por ir a la iglesia sino por haber roto el confinamiento: ¡hay que ser hipócrita!
Pero es que, encima, los obispos, la mayoría de ellos, han prohibido, ‘motu proprio’, las eucaristías. Así que blanco y en botella.
Pues bien, la Divina Misericordia -domingo 19- es la fiesta del sacramento de la penitencia. Y en este mundo de almas desfallecidas, mejor aprovechar la ocasión, no vaya a ser nuestra última oportunidad. Y no hablo de la sociedad, hablo de cada uno de nosotros.
No atemos las manos a Dios, no vaya a ser nuestra última oportunidad
Caso real. Un párroco muy conocido en Madrid, con la prohibición de eucaristías públicas en su haber. Pues bien, ha decidido abrir la Iglesia de forma casi permanente para que los fieles puedan “confesar”.
Naturalmente, podrás ser sancionado y hasta detenido, porque también para ir al confesonario se necesita romper el confinamiento, una actitud irresponsable e insolidaria, como nos recuerda la Policía Nacional, convertida en fuerza represiva a las órdenes de don Pedro Sánchez y don Pablo Iglesias.
Pero desengáñense: hay que arriesgar, porque hemos vuelto a la iglesia de las catacumbas.
Por cierto, si alguien quiere perder “diez minutos” en enterarse de qué se celebra en la Fiesta de la Divina Misericordia vean este vídeo. Muy sencillo. Merece la pena.