- El Castillo de Diamante, al igual que Morir bajo tu cielo, es una novela católica.
- Fondo frene a forma. La explicación está en Astérix. Desde la muerte del genio Goscinny, el pobre Uderzo, gran dibujante, se cargó al personaje.
René Goscinny era un genio pero no sabía dibujar. Su mérito era muy superior al de su compañero,
Albert Uderzo, un genio del dibujo que no sabía crear un personaje ni una historia. Así que, cuando Goscinny murió el dibujo de Astérix continuó siendo una maravilla pero sus relatos no hay quien se los trague. Fondo y forma: es la vieja clave de la creación. Por las mismas,
una novela con forma pero sin fondo resulta una frivolidad insulsa, aunque una novela con fondo pero sin forma resulta áspera.
Los tres escritores de moda en España son
Matilde Asensi, Arturo Pérez Reverte y Juan Manuel de Prada. Acabo de leer la última novela de este último (
El Castillo de Diamante), una mitificación de las relaciones entre la
Princesa de Éboli y Santa Teresa de Jesús y confirmo mi catalogación sobre los tres autores. Los tres, por cierto, dedicados a novelar la historia, que no deja de ser una ficción prestada.
Distingamos: Matilde Asensi es una mujer empeñada en demostrar que
Dios no existe. Para ser exactos, quien no existe es Cristo (el resto poco le importa). O, al menos, que no resucitó y, probablemente, a los personajes siempre hay que salvarlos, especialmente si fueron personas y si hay algo que salvar a su personaje, Asensi concluirá que Cristo era una mujer. Algo es algo.
María Magdalena, sin ir más lejos, aunque los padres de la Iglesia, en su machismo imposible se dieran a explicar lo contrario. Asensi anda buscando el cadáver de Cristo.
No cree en Dios y no soporta la idea de quedarse en minoría, así que se dedica al proselitismo ateo, motor de sus relatos.
Arturo Pérez-Reverte no es un ateo; es sólo un anticlerical y un blasfemo. Un convencido de que España hubiese alcanzado las más altas cumbres de ilustración -de iluminada ilustración-
si hubiésemos fusilado a más curas y les hubiésemos fusilado mejor.
Reverte mantiene su toque de fascismo, el que proviene de haber deificado a la nación española. Pero como es un comecuras está a salvo de que nadie le catalogue como fascista. En cualquier caso, el futuro de España, no sé si saben, pasa por matar a un cura. O a muchos curas.
Nos queda
Juan Manuel de Prada (
en la imagen), que es, en efecto, un novelista católico. Al parecer, el único que nos queda. En su última obra,
El Castillo de Diamante, vuelve a demostrarlo. Además, entra en el terreno de la mística, vedado a los simplones. Y no sale mal parado. La obra cuenta el pulso -exagerado por razones de ficción- entre
Teresa de Cepeda (Santa Teresa) y
Ana María Mendoza (Princesa de Éboli). Por exigencias del guión exagera De Prada el atractivo de doña Ana, aunque uno se niegue a reconocer tan espléndidas virtudes en una tuerta, pero sin duda es cuestión de gustos, donde no hay nada escrito y lo poco que hay escrito nadie lo lee.
En cualquier caso,
El Castillo de Diamante no es un libro de final inesperado sino de inicio sorprendente. De Prada es un gran conocedor del mal -lo digo en serio- y penetra hasta el fondo, hasta realmente turbar la sensibilidad y perturbar el ánimo, en Ana Mendoza, más adentro que en el buen corazón de Teresa Cepeda. Y es, al mismo tiempo, una gran conocedor del
alma femenina, donde, no se lo van a creer, no todo son grandezas.
Mañana más. Por ahora, quedémonos con que De Prada es el escritor católico que nos queda en España. No es moco de pavo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com