Insistimos: alguien quiere mantener a la humanidad miedosa ante grandes cataclismos globales.
En primer lugar, comprobemos si realmente hay cambio climático o si se trata de nuestra incapacidad para medir algo tan necesariamente voluble, y a la postre tan rítmico como el clima, ese elemento renuente a las previsiones, difícil de resumir hasta en su pasado más reciente e incluso subjetivo.
En segundo lugar, no terminamos de saber si, supuesto que exista y hasta que punto existe, el cambio climático es bueno o malo. Como todo lo que afecta a la naturaleza, será bueno para algunas personas y zonas, y malos para otras personas y otras zonas, pero nos los presentan.
Lo que es cierto es que la humanidad no se enfrenta al cambio climático: se enfrenta a su propia corrupción, que esa sí es mensurable, evaluable y definible. Y los desastres que ocurren en el mundo no son producto del cambio climático sino de la corrupción personal. No la política, que es una forma menor y casi tonta de corrupción. Me refiero a la corrupción de cada cual, vamos, que andamos ligeramente empecatados.
Corrupción personal -no existe la corrupción colectiva, como no existe el pecado colectivo- pero sí individualmente generalizada. Esto es lo importante, y no la tontuna del cambio climático. Esa corrupción individual, y general a un tiempo, es la que puede producir cualquier apocalipsis.
Y lo producirá. La olla está demasiado llena y ya hiede. Pero, eso sí, no haga ni caso a los augures del cambio climático. O son tontos o son algo peor. Que no le amarguen la vida.
Eulogio López