• El sentimentalismo catalán se ha vuelto narcisista y desprecia al resto de España.
  • Y el resto de España se ha hecho jacobino, centralista y catalanófobo.
  • Y ambos, narcisismo y jacobinismo, han prescindido de sus raíces cristianas.
  • Así que hemos llegado a una guerra civil. Por el momento fría.
  • La solución no está en el diálogo político sino en un volver a empezar, en ambos lados. Sobre todo, en recuperar las raíces cristianas, verdadera razón de ser de la existencia del país.
  • Pero esta animadversión no desaparecerá sino en varias generaciones.

En Cataluña está naciendo un nuevo fascismo: la adoración de la nación. Muchos catalanes han abandonado sus raíces cristianas y ahora los catalanes sólo adoran su independencia. Para muchos catalanes, no para todos, ciertamente, la nación se ha convertido en su dios, en su porqué para vivir, en su sentido de la existencia. Como el objetivo es más imposible que difícil, la idolatría va a más porque probablemente puedan seguir luchando contra su objetivo durante toda su vida. Ninguna exageración: en cuanto te descuidas, los nacionalismos terminan siempre en fascismo, porque el fascismo no es más que eso: la deificación de la nación o de la patria, que a estos efectos igual me da. En Hispanidad siempre hemos dicho que el problema de los catalanes es que son un pueblo muy sentimental. Eso siempre tiene solución, basta con cuidar un poco los sentimientos ajenos más primarios. No, el problema viene cuando ese sentimentalismo, como le ocurre a don Artur Mas, por ejemplo, se convierte en narcicismo. No me importa lo que digas de mí con tal de que estés pendiente de mí. He oído a periodistas de fuste y experiencia hablar como adolescentes cuando remarcan que Cataluña marca el calendario político español, y he escuchado a veteranísimos empresarios y banqueros catalanes, primeras espadas en lo suyo, jactarse de que Cataluña no necesita de España y España si de Cataluña o, sencillamente, de que Cataluña es superior. He oído a uno de los asesores políticos y económicos más importantes de Cataluña, y de España, asegurar que el catolicismo ya no tiene cabida en Cataluña porque es algo español ("de Rouco", aseguraba) o a un emprendedor de éxito, catalán de muchas generaciones, decirme que él votaría no en un referéndum independentista pero que hay que hacer ese referéndum, "por dignidad". Valiente chorrada. Vamos ahora con el resto de España. Está naciendo un nuevo jacobinismo, en este caso constitucionalista. La ley hay que cumplirla y, además, no vamos a cambiarla, no porque haya que cumplirla sino porque no nos da la gana. Es de interpretación única y, en cualquier caso, el centralismo es lo mejor, no porque sea mejor sistema que la descentralización, sino porque nos hace más grandes y lo grande es bueno y lo pequeño es malo. Recuerden que, históricamente, la izquierda española siempre ha sido tan centralista como anticlerical. Pero el jacobinismo anticlerical mantiene otra nota distintiva mucho más preocupante, derivada de la anterior. El jacobino del siglo XXI ha suprimido el pecado y lo ha cambiado por el delito. Piensa que lo único que importa (Estado de Derecho) es cumplir la ley cuando existen leyes injustas que hay que suprimir. Y, naturalmente, el nacionalismo catalán y el jacobinismo centralista tienen algo en común: su cristofobia. Y, naturalmente, como ni Cataluña ni el conjunto de España pueden entenderse resulta que tenemos un problema. Pero lo cierto es que entre unos y otros estamos ya en guerra civil. Por el momento, se trata de una guerra fría, pero sólo por el momento. Así, en Cataluña no va a pasar nada de nada, pero lo malo, lo realmente terrible, es lo que ya ha pasado: es decir, que media Cataluña está enfrentada a la otra media y que ahora sí hay catalanofobia. Ojo, no se trata de la animadversión de políticos madrileños hacia formaciones políticas catalanas. Esa competencia y esa tirria siempre ha existido y siempre existirá: hablo del hartazgo de Juan Español, quien ha pasado de decir aquello de que "los catalanes de las piedras hacen panes" a pensar: "¿Quién se ha creído esta gente que es? Que les den morcilla". Y eso sí que es grave. Si las mayoría absolutas catapultan a Artur Mas hacia la independencia, la mayoría absoluta de los españoles está dispuesto a catapultar  al narciso Artur Mas más allá del sistema solar. Por tanto, tras este 27-S, lo importante, el mar de fondo, continúa igual que el 26. Institucionalmente no ha pasado nada ni pasará nada pero socialmente estamos en guerra civil. Por ahora, guerra civil fría, insisto, pero en un futuro… Y todo esto es mucho más importante que las elecciones autonómicas, por muy plebiscitarias que sean. Eulogio López eulogio@hispanidad.com