Decía Chesterton que en cuanto metemos al artista se nos cuela el esteta. ¿Qué es el esteta? Es el pedante del arte. ¿Qué es un pedante? Es el amante de las palabras muertas.
Ejemplo: el esteta desprecia el realismo porque no lo entiende. O como aseguraba José Luis Garci, “no me molestan los críticos. Los que me molesta es el crítico que ve una película, no entiende nada, se aburre mucho y, por esas dos razones, sale diciendo que se trata de una obra maestra”. Para concluir: y si disfruta con una peli y la entiende, resulta que es una obra menor.
En un suplemento cultural (eso me pasa por leerlo) acabo de ver una crítica al realismo pictórico de Antonio López. Crítica de lo más original, consistente en comparar sus cuadros con fotografías.
Pero lo cierto es que la fotografía nada tiene de realista: es pura óptica de la lente, ergo destroza la forma. Es más real, mucho más, un cuadro de Antonio López sobre la Gran Vía que una fotografía de la Gran Vía madrileña (bueno, al menos antes que la destrozara Manuela Carmena).
La forma y el fondo existen, de la misma forma que existen la materia y el espíritu
Y mejor no entrar en el otro desprecio del realismo, aquel que trata de negar la distinción entre fondo y forma. Porque la forma y el fondo existen, de la misma forma que existen la materia y el espíritu. Y, así el arte realista, salvo para el esteta pedantón, es aquel que muestra el desconocido espíritu de las cosas sin necesidad de modificar la forma, que poca originalidad aporta.
Los estetas se han olvidado de la antigua definición que los viejos profes de filosofía daban sorbe le concepto clásico de forma (más relacionado con el espíritu de las cosas que con la fotografía de las mismas): observen ustedes una silla, ahora cierren los ojos e imagínensela. Esa es la forma de la silla y su valor consiste en que esa forma común nos permite distinguir a las sillas de las mesas. Lo cual tiene su enjundia, no se vayan a creer.
Esa forma constituye el fondo del cuadro de Antonio López.