- Y lo pagan los papás.
- Lo peor: hace décadas la educación se convirtió en instrucción y dejó de lado la formación, es decir, la moral.
- Algo tan subjetivo que cada cual puede hacer con ella lo que nos venga en gana.
- Hemos conseguido que una educación cada vez más cara no forme, sino que deforme, a los individuos.
- En el mejor de los casos, hacemos gente tan instruida como poco formada.
- Es decir, a profesionales de la nada.
El programa
Erasmus de estudios en el extranjero, que ahora ha cumplido 30 años, tiene una gran ventaja: los chicos estudian en el extranjero y aprenden idiomas.
Y
la segunda ventaja es que toda esa Europa se hace gratis: lo pagan los padres. Algo muy positivo para el presupuesto comunitario aunque no para los presupuestos familiares.
Porque eso es lo mejor: pagan los padres.
El único problema es: ¿el
Erasmus educa? ¡Ah, esa es una cuestión menor! Por de pronto,
los agraciados con un Erasmus suelen referirse a él como orgasmus, lo que refleja el horizonte vital que animaba a muchos de estos jóvenes y adolescentes. Hicimos intercambio de estudiantes pero
nadie explicó en qué valores había que formarlos.
Erasmus no es más que el problema de la educación, que
hace varias décadas se convirtió en instrucción y dejó de lado la formación, es decir, la moral, algo tan subjetivo que cada cual puede hacer con ella lo que nos venga en gana. Y así hemos cuajado el desastre de la
educación actual: hemos conseguido que una educación cada vez más cara no forme, sino que deforme, a los individuos.
En el mejor de los casos, hacemos gente tan instruida como poco formada. Es decir,
a profesionales de la nada.
Por lo demás, son 30 años y todo está en orden. O mejor: Erasmus: 30 años de Europa y de orgasmus.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com