Felipe VI ha acudido a Jerusalén en el septuagésimo quinto aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Ha hecho bien, porque para los cristianos (creo que el Rey lo es) los judíos son “nuestros hermanos mayores en la fe”.
Ahora bien, lo que ya no me ha parecido tan bien ha sido la alocución de Su Majestad, cuya tesis principal consistía en una advertencia contra los delitos de odio.
Es decir, que el Rey de España ha asumido el lenguaje políticamente correcto de los delitos de odio y ha puesto al antisionismo en el centro, y en calidad de precedente, de quienes promueven el resentimiento.
Pedro Sánchez no lo hubiera hecho mejor con sus alusiones a los delitos de odio, convertidos en el siglo XXI en la mejor manera de perseguir a los cristianos, convertidos hoy en los disidentes del mundo.
Hace mal Señor, en contagiarse de ese pensamiento único, políticamente correcto, que lleva a censurar marginar y acallar y perseguir a todo aquel que se sale del tópico habitual.
Decía Clive Lewis que la humanidad tiende a correr con manguera a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Cuando más se necesitan voces autorizadas que denuncien la hipocresía de los progres que califican de fascistas a quienes se atreven a discrepar con la atmósfera cultural imperante -por ejemplo, insisto, los católicos-, la que ellos mismos han creado, su Majestad enfila contra los delitos de odio. En el aniversario del holocausto. Curioso.