Quieren nuestros diputados que la filosofía vuelva a las aulas… de las que nunca debió salir. No está mal. Ahora bien, desde que el modernismo fraccionó el pensamiento, y con ello demenció a media humanidad, hay que preguntarse qué filosofía debe regresar a las aulas, de qué enseñanza de la filosofía estamos hablando.
La filosofía -ese ‘amor a la sabiduría’- se define como la ciencia de las causas últimas a la luz de la razón. Popularmente, por decir algo, se entienden dos cosas. La primera, enseñar a poner orden en la vida y en la razón, según esas causas últimas. Para entendernos lo que Julio Caro Baroja denunciaba: lo que no puede ser es que la investigación más relevante sea conocer el precio de la cebada a finales del siglo XIX.
O sea, las causas ultimas, no las próximas, ni las primarias, del pensamiento. Es decir, de aquello que no se puede medir, contar ni pesar.
En segundo lugar, y esto es lo que siempre tienta al espíritu diligente hacia la filosofía, en enseñar a las distintas cosmovisiones de la existencia.
El principal objetivo de la filosofía consiste en ofrecer una cosmovisión, es decir, una razón para vivir
Los filósofos no solo han enseñado a pensar el porqué de las cosas, también han respondido a las preguntas de Groucho Marx: quiénes somos, dónde vamos y, sobre todo, de dónde venimos, que traemos los pantalones tan arrugados.
Pues bien, ya llevamos un cuarto de siglo, desde que la progresía impuso en las aulas que la filosofía comenzaba con Kant, que es cuando la humanidad entró en vértigo, antes de descubrir que si no se puede tener certeza sobre nada, todo es justificable.
Luego vino Viktor Frankl, que enderezó la mente sucia de su maestro, y nos advirtió que un hombre no puede vivir sin tener un sentido de la vida, una cosmovisión, un modelo para existir, un porqué. Recuerden: quien tiene un porqué para vivir, acabará encontrando el cómo. Pero quien no lo tenga… Pues la filosofía ofrece modelos de vida. También a los alumnos.
Solo un problemilla: al menos en España, llevamos un par de décadas enseñando filosofía empezando por Kant, a veces por Hegel, discípulo poco aventajado del padre del idealismo. El resto, unos veintidós siglos de filosofar, no tenía mucha importancia para la progresía docente.
Otros profes y autores no eran radicales, y partían de los clásicos, sí, pero luego hacían un intermedio de unos 1.200 años, es decir, omitían el auge de la filosofía cristiana, y pasaban directamente a los principios del idealismo, cuando no, al filósofo Carlos Marx, hermano muy menor de Hegel, como él fue hermano muy menor de Kant. Y como mucho, se volvía a Descartes, que no deja de ser un cristiano que comenzó el derribo de la filosofía cristiana… sin saberlo.
En plata: si lo que va a salir del Congreso es una filosofía cosmovisional, que empieza a Hegel, casi mejor que la filosofía siga en el destierro académico y que se refugie su público más granado: el que piensa, sin distinción de sexo ni edad.
Es el público al que no se le ocurriría prescindir de Aristóteles, pero tampoco de Boecio, San Agustín, Tomás de Aquino y demás pensantes. No me extraña, seguro que Pedro Sánchez considera que son unos ‘fachas’.